En la novela El fin de la infancia, Arthur C. Clarke vislumbra cómo sería el planeta si por fin los humanos resolvieran todos sus principales y eternos problemas.
Escribe Jaime Tranca
¿Quién no se ha preguntado alguna vez qué pasaría si por fin los seres humanos lograran la paz mundial, acabar con el hambre, la miseria y las desigualdades? Seguro que todos, o casi todos, hemos dedicado algún momento de nuestras vidas a pensar en esa utopía y, luego de racionalizar ese deseo, hemos llegado a la conclusión de que ese mundo perfecto nunca será posible debido a miles de factores, entre ellos la eterna sociedad violenta, la lucha por el poder, el fanatismo religioso, el egoísmo, la corrupción, entre otros.
Arthur C. Clarke (Inglaterra, 1917 – Sri Lanka, 2008), el genial escritor de ciencia ficción y científico británico, también pensó en esa utopía y fue más allá del pensamiento común, casi como siempre lo hacía con cada tema que se cruzaba en su camino. El autor, famoso además por escribir 2001: Una odisea del espacio, ideó el planeta que John Lennon cantaba en “Imagine”: un mundo sin países, sin religión, todo todos viven en paz y sin hambruna. Este mundo fue descrito en su libro El fin de la infancia, una novela de ciencia ficción que describe los cambios que sufrió la Tierra desde la llegada de los “superseñores”, seres extraterrestres que arriban a la Tierra y, durante su estancia, logran convertir nuestro planeta en aquel lugar que soñaron los poetas, filántropos y organizaciones benéficas.
Gracias a la intervención de los superseñores –quienes usaban la “correcta aplicación de la fuerza”–, los seres humanos dejaron de lado las guerras, la competencia por llegar al espacio o por fabricar armas de destrucción masiva. Asimismo, en esta “edad de la utopía”, la “ignorancia, la enfermedad, la pobreza y el temor habían desaparecido virtualmente”. Tampoco había robos o trabajo forzado, y todos podían trasportarse a cualquier parte del mundo, todos tenían más de un hogar en diferentes partes de la Tierra, los viajes eran accesibles para todos y las horas de “ocio” eran utilizadas para continuar con la formación educativa.
Sin embargo, no todo era perfecto. La humanidad ya no dependía de sí misma y algunas actividades (como los descubrimientos espaciales o incluso el desarrollo de algunas disciplinas artísticas) se frustraron. ¿Entonces el “mundo perfecto” no es realidad tan perfecto? ¿Se trata de un lugar aburrido donde la inspiración ha muerto?
Aquí algunos extractos de este mundo ideado por Clark, un planeta que quizás nunca alcanzaremos a tener:
Guerras
“El recuerdo de la guerra se perdía en el pasado como una pesadilla que se desvanece con el alba. Pronto ningún hombre viviente habría podido conocerlo. Con todas las energías de la humanidad encauzadas hacia un trabajo constructivo, el rostro del mundo se había transformado totalmente. Era, casi al pie de la letra, un nuevo mundo. Las ciudades en que habían habitado las generaciones anteriores habían sido reconstruidas, o conservadas como ejemplares de museo cuando no servían para ningún propósito útil. Muchas otras habían sido abandonadas, pues se había alterado toda la estructura de la industria y el comercio”.
Producción y trabajo
“La producción era en su mayor parte automática; las fábricas de robots producían bienes de consumo en una corriente incesante, de modo que todas las necesidades ordinarias de la vida estaban virtualmente satisfechas. Los hombres trabajaban para procurarse algunos lujos, o no trabajaban”.
“La semana laborable tenía ahora veinte horas, pero esas veinte horas no eran una prebenda. Había muy poco trabajo de naturaleza rutinaria y mecánica. Las mentes de los hombres eran demasiado valiosas para gastarlas en tareas que podían ser realizadas por unos pocos miles de transmisores, algunas células fotoeléctricas, y un metro cúbico de circuitos. Había algunas fábricas capaces de funcionar durante semanas enteras sin ser visitadas por ningún ser humano. Los hombres solo eran necesarios para eliminar dificultades, tomar decisiones o trazar nuevos planes. Los robots hacían el resto. La existencia de tanto ocio hubiese creado tremendos problemas un siglo antes. La educación había eliminado la mayoría de esos problemas, ya que una mente bien equipada no cae en el aburrimiento. El nivel general de la cultura hubiese parecido fantástico en otra época. No había pruebas de que la inteligencia de la raza humana hubiese mejorado, pero por primera vez todos tenían la oportunidad de emplear el cerebro”.
Educación
“La educación era mucho más larga y profunda. Pocas personas abandonaban el colegio antes de los veinte años. Y esto era simplemente la primera etapa, ya que después de algunos viajes, y cuando la experiencia les había ensanchado las mentes, volvían a los veinticinco por otros tres años. Y no dejaban de seguir algunos cursos, de cuando en cuando, y durante toda la vida, para estudiar algunos temas que les interesaban muy particularmente. Esta prolongación de la educación, hasta mucho más allá del fin de la adolescencia, había traído consigo varios cambios sociales. Generaciones y generaciones habían advertido la necesidad de algunos de esos cambios, pero se había evitado siempre enfrentar el problema… o se lo había ignorado”.
Comunicación
“Era un mundo unido. Los antiguos nombres de los antiguos países se usaban todavía, pero sólo para designar distritos postales. No había nadie en la Tierra que no supiese hablar inglés, que no supiese leer, que no tuviese a su alcance un aparato de televisión, que no pudiese visitar el otro extremo del planeta antes de veinticuatro horas…”
Delitos
“Los crímenes habían desaparecido prácticamente. Se habían hecho tan innecesarios como imposibles. Cuando a nadie le falta nada, no hay motivo para robar. Por otra parte, todos los criminales en potencia sabían muy bien que no podrían escapar a la vigilancia de los superseñores. En los primeros días de su gobierno estos habían intervenido con tanta eficacia en defensa del orden y de la ley que nadie había olvidado la lección. Los crímenes pasionales, aunque no inexistentes, eran muy raros. La mayor parte de los problemas psicológicos había desaparecido, y la humanidad era mucho más cuerda, y menos irracional. Y aquello que en otras edades se hubiese llamado vicio no era más que excentricidad o, cuanto más… malos modales”.
Ritmo de vida
“Un cambio muy notable era la desaparición de aquel ritmo enloquecido que había caracterizado al siglo veinte. La vida transcurría con más lentitud que nunca. Había, por lo tanto, menos alicientes para algunos pocos; pero mayor paz para la mayoría. El hombre occidental había vuelto a aprender lo que el resto del mundo nunca había olvidado: que la holganza no era algo pecaminoso, y que la pereza no era un signo de degeneración. Cualesquiera que fuesen los problemas que trajese el futuro, el tiempo no pesaba sobre los hombres”.
“La mayor parte de la gente tenía dos casas, en dos Puntos muy apartados del globo terráqueo. Ahora que habían sido habilitadas las zonas polares, una considerable fracción de la raza humana oscilaba del Ártico al Antártico en busca de un verano largo y sin noches. Otros vivían en los desiertos, en lo alto de las montañas, o aun debajo del mar. No había sitio alguno en el planeta donde la ciencia y la tecnología no pudiesen instalar, si alguien lo deseaba, una cómoda morada”.
“La abolición de los ejércitos había doblado casi el bienestar efectivo del mundo, y la mayor producción había hecho lo demás. Era difícil comparar el nivel de vida del hombre del siglo veintiuno con el de sus predecesores. Todo era tan barato que las necesidades vitales se satisfacían gratuitamente, como había ocurrido en otro tiempo con los servicios públicos: caminos, agua, iluminación de las calles y sanidad. Un hombre podía viajar a cualquier parte, comer cualquier cosa… sin ningún gasto. El ser miembro productor de la sociedad le daba esos derechos”.
Sexualidad
“En particular, las costumbres sexuales -hasta donde es posible hablar aquí de costumbres- habían sufrido una profunda alteración. Dos inventos, que irónicamente eran de origen puramente humano, y que nada debían a los superseñores, las habían hecho trizas. El primero era un infalible contraconceptivo, una píldora; el segundo era un método igualmente seguro -tan exacto como el sistema dactiloscópico y basado en un minucioso análisis de la sangre- para identificar al padre de cualquier niño. El efecto de esos dos inventos sobre la sociedad terrestre solo puede ser descrito como devastador; los dos habían borrado definitivamente los últimos restos de las aberraciones puritanas”.
Transporte
“Otro gran cambio: la extrema movilidad de los habitantes del mundo. Gracias al perfeccionamiento del transporte aéreo todos podían ir a cualquier parte y en cualquier momento. Había más espacio en los cielos que en los caminos, y el siglo veintiuno había repetido, a gran escala, la gran proeza americana de poner a toda una nación sobre ruedas. Había dado alas al mundo. Aunque no literalmente. El avión común de uso privado carecía de alas, y de todo plano visible de suspensión. Hasta las incómodas paletas de los viejos helicópteros habían desaparecido. Sin embargo, los hombres no conocían la antigravedad; solo los superseñores gozaban de este último secreto. Los vehículos aéreos de los hombres estaban impulsados por fuerzas que los hermanos Wright hubiesen podido entender. Las turbinas de reacción, usadas tanto directamente como en forma más sutil, en distintas posiciones, impulsaban los aparatos hacia adelante y los mantenían en el espacio”.
Religión
Habían ocurrido también algunas cosas más profundas. Se vivía una época totalmente secular. De todas las creencias que habían existido hasta poco antes de la llegada de los superseñores solo subsistía una especie de budismo -quizá la más austera de todas las doctrinas religiosas-, aunque un budismo purificado. Los credos basados en milagros y revelaciones habían desaparecido totalmente, desvaneciéndose poco a poco a medida que crecía el nivel de educación. Los superseñores no tenían intervención en estos cambios. Muy a menudo se le preguntaba a Karellen qué opinaba sobre la religión, pero el superseñor se limitaba a declarar que las creencias humanas eran asunto privado mientras no interfiriesen en la libertad de los demás. (…) El instrumento que entregó en préstamo al Instituto de Historia Universal no era más que un receptor de televisión con un complicado sistema de controles para establecer ciertas coordenadas en el tiempo y el espacio. (…) De este modo casi toda la historia humana de los últimos cinco mil años era accesible a los hombres. La máquina no funcionaba más allá de los cinco mil años, y había además algunos blancos desconcertantes en todas las edades. (…) Ahí estaban -vistos gracias a una desconocida magia de los superseñores- los verdaderos comienzos de todas las grandes religiones del mundo. Casi todas eran nobles e inspiradoras… pero eso no bastaba. En solo unos pocos días todos los redentores del género humano perdieron su origen divino. Bajo la intensa y desapasionada luz de la verdad las creencias que habían alimentado a millones de hombres, durante dos mil años, se desvanecieron como el rocío de la mañana. El bien y el mal fabricados por ellas fueron arrojados al pasado. Ya nunca volverían a conmover el alma de los hombres. La humanidad había perdido sus antiguas divinidades. Ahora era ya bastante vieja como para no necesitar dioses nuevos”.
Ciencia
“Aunque muy pocos lo notaron, la pérdida de la fe fue seguida por una declinación de la ciencia. Había muchos técnicos, pero pocos pensadores originales que extendiesen las fronteras del conocimiento humano. Aún persistía la curiosidad, y había bastante ocio como para complacerse en ella, pero el motivo fundamental de la investigación científica había desaparecido. Parecía totalmente inútil pasarse la vida investigando secretos ya descubiertos, probablemente, por los superseñores. Esta decadencia había sido ocultada, en parte, por un enorme desarrollo de las ciencias descriptivas, como la zoología, la botánica y la observación astronómica. Nunca había habido tantos aficionados a coleccionar hechos científicos; pero muy pocos teóricos trataban de relacionar esos hechos”.
“La ciencia de los superseñores parecía inalcanzable. Por el momento, al menos, el hombre se había desanimado y había vuelto la atención hacia otras esferas. No había por qué desarrollar cohetes cuando los superseñores tenían medios de propulsión infinitamente superiores, basados en principios ignorados por todos.
Unos pocos centenares de hombres habían visitado la Luna con el propósito de establecer allí un observatorio astronómico. Habían viajado como pasajeros en una nave pequeña, manejada por superseñores e impulsada por cohetes”.
Arte
“El fin de las luchas y conflictos de toda especie había significado también el fin virtual del arte creador. Había millares de ejecutantes, aficionados y profesionales; sin embargo, durante toda una generación, no se había producido en verdad ninguna obra sobresaliente en literatura, música, pintura o escultura. El mundo vivía aún de las glorias de un pasado perdido. Nadie se preocupaba, excepto unos pocos filósofos. La raza humana estaba demasiada entretenida saboreando la libertad recién descubierta como para mirar más allá de los placeres del presente. La utopía había llegado al fin, y no había sido atacada aún por el enemigo supremo de todas las utopías… el aburrimiento. (…) Nadie sabía aún, después de toda una vida, cuál podría ser el propósito final de los superseñores. La humanidad había aprendido a confiar en ellos, y a aceptar sin más el altruismo supremo (…). Si se trataba, realmente, de altruismo. Pues todavía había algunos que se preguntaban si la política de los superseñores coincidiría siempre con los verdaderos intereses de la humanidad”.
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