Escribe Gloria Alvitres*
Un día Harumi Watanabe se enteró de que había ganado el premio más codiciado de la lotería. Tenía 60 años y 9 hijos, trabajaba en una hacienda como muchos japoneses llegados a inicios del siglo. Vivir y trabajar para el patrón. Pero el destino, la suerte y los designios, hicieron que fuera diferente para su pequeño hijo, el más parecido a papá: José.
La diferencia para José Watanabe fue que pudo ir a la secundaria en Trujillo, dijo la Guía de la Casa de la Literatura. “El ojo y sus razones”, es el nombre de la muestra donde ahora se expone sobre la obra y vida del poeta. Porque la lotería del Sr. Watanabe nos dio a uno de los mejores poetas de los últimos años. Se pudo educar e ingresar a la Escuela de Bellas Artes, algo que no muchos hijos de peones pudieron lograr. Desde entonces, cargó con una estrella.
Nació y vivió parte de su infancia en Laredo, Trujillo. Mirando los cerros del norte y los cultivos de la zona. El mundo de la hacienda, que conoció Watanabe, estaba lleno de injusticias, de dolor y desigualdad. Le costó emprender un camino propio, como intentó tantas veces, al inscribirse en diferentes facultades, primero artes plásticas, luego, arquitectura.
Los poemas que se exponen en CasaLit son una selección de sus poemarios. El amor por el haiku, la exploración constante del lenguaje y la sencillez, marcan profundamente el estilo de Watanabe. Sus escenas cotidianas, su añoranza a la infancia, a la tierra donde nació. Allá en la sierra trujillana entre cerros, cuyes y haciendas.

Otras facetas del poeta se revelan ante el público en la muestra. ¿Quién hubiera imaginado que Watanabe fue guionista de La ciudad y los perros? ¿O que trabajó montando escenografía en películas? Su paso por el cine, detrás de cámaras y con una cuartilla. Trabajó además en el guion de películas como Alias la gringa.
También fue un narrador de cuentos para niños. Obsesionado por el detalle, trabajó en sus personajes, esculpiéndolos, elaborándolos a mano. Uno termina por mirar cada objeto como único, como hecho por algún maestro diestro que ama su arte.
En un rincón, de la muestra, sobresale un afiche de Antígona de la agrupación teatral Yuyachkani. Y otra vez el nombre Watanabe entre los guionistas. Adaptó para esta agrupación la obra clásica. El músico Rafo Raez se acercó al poeta para pedirle musicalizar sus poemas, cuenta la guía de CasaLit. Naturalmente, Watanabe no aceptó. Prefirió componer él mismo y entregar su nueva creación a Raez. De esa fusión, surgió Pez de fango, un disco con una figura animada en la portada, que parece dibujada con crayolas.
La exposición “Watanabe. El ojo y sus razones” nos reta a encontrar entre tantos fragmentos a un Watanabe minucioso, estudioso de las cosas sencillas del mundo. ¿Cuál hubiera sido el destino del poeta si se hubiera quedado en Laredo, entre peones y la hacienda? Su historia nos interpela por la acción transformadora de la educación. Hasta qué punto, muchos talentos se ahogan en el trabajo diario, en el campo, en las fábricas.
Y Watanabe nunca dejó de lado su origen, construyó con todo lo que aprendió en el camino, una amalgama de propuestas artísticas. Por eso, su obra trasciende.
DATO:
“Watanabe. El ojo y sus razones” se expone en la Casa de la Literatura Peruana (Jirón Áncash 207, Cercado de Lima) , y estará hasta el 18 de agosto. Ingreso libre.
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* El texto fue publicado originalmente en el blog Mano Vacía.
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