Escribe: Marco Martos*
En París era una fiesta, uno de los libros más vivaces y hermosos que salió de la pluma de Ernest Hemingway, se relatan una serie de anécdotas de la juventud intelectual “entre deux guerres” que había escogido a Francia como lugar de residencia. Con no disimulada admiración, Hemingway describe a Francis Scott Fitzgerald, atrapado por los problemas con su mujer, la afición por la vida y la desesperación por escribir. La narración se va deslizando hacia un problema personal que Fitzgerald expone a su joven amigo: la gran preocupación de tener un pene pequeño; F. Scott creía que eso dificultaba una vida sexual sana. Hemingway hizo lo que técnicamente se llama “una inspección ocular” en el lavabo, llevó a Scott a un museo a observar las estatuas desnudas y luego dictaminó que el falo de Scott tenía proporciones normales y todavía se permitió dar unos consejos sobre el uso de almohadones en el acto sexual.
La anécdota puede provocar una sonrisa fácil y el comentario soez de alguna gente menguada , pero en términos de la configuración de la personalidad significa un resquebrajamiento de los sueños de omnipotencia que si bien tienen muchas personas, en algunos artistas se presenta con mayor vigor, precisamente porque cuando son de calidad reconocida, y eso se mide en literatura moderna por el número de lectores, la realidad va alimentando esos sueños de grandeza.
Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) tenía solo 24 años cuando escribió su primera novela This side of Paradise, traducida normalmente como A este lado del Paraíso, y en el corto periodo de cinco años publicó cinco libros de cuentos y dos novelas, The Beautiful and Damned (Belleza y condenación) en 1922, y The great Gatsby (El gran Gatsby) en 1925. Posteriormente publicó en 1934 Tender is the night (Tierna es la noche) y dejó todavía una novela inconclusa cuando murió.
Salvo el Gran Gatsby (de la que se ha hecho una horripilante película que los peruanos pudimos ver hacia el 74-75), las novelas de Scott tienen, en especial la primera, A este lado del paraíso, una deficiencia estructural, que se hace más patente todavía si las comparamos con las narraciones de los grandes monstruos del siglo XX, Proust, Mann y Joyce. Pero la literatura no es, como a veces sugieren con indisimulada petulancia algunos críticos literarios, una carrera de caballos. Ningún escritor como Fitzgerald logró captar la inestabilidad aprensiva de los años veinte, ninguno como él supo captar con más fineza el falso esplendor de la alta burguesía norteamericana que conoció de cerca y a la que paradójicamente quiso pertenecer; ningún escritor norteamericano o europeo supo captar con más humor y patetismo la “dorada época del jazz”.
Marginal siempre, Fitzgerald fue un escritor notable en una época de escritores extraordinarios; mientras otros iban haciendo más complejas o más sencillas, como se dice, a voluntad, sus sofisticadas técnicas, Fitzgerald desarrollaba siempre a personajes que eran en cierto modo autobiográficos; inclusive Gatsby, el más límpidamente ajeno a la propia personalidad, tiene una vacuidad y una grandeza que son también reflejo del vacío y la grandiosidad que sentía Fitzgerald en su propia vida.
En términos estrictos de goce estético, la narrativa de Scott Fitzgerald nos transmite, mejor que otras, esa sensación de precariedad, ese carácter efímero que tienen todos los actos humanos, pero que en los años veinte se manifestó, si se nos permite una ironía, con mayor vigor.
Como una película desigual, con excelentes tomas e imágenes desenfocadas, la narrativa de Scott Fitzgerald nos deja momentos inolvidables. En una escena muy secundaria de Tierna es la noche aparece una muchacha que tiene expectativa por concurrir a una recepción; precisamente cuando convenientemente ataviada está a apunto de salir sufre un fuerte dolor a al altura de la ingle, pero eso no fue inconveniente para que asistiese a la fiesta y bailase toda la noche con una bolsa de hielo debajo del vestido. A las seis de la mañana es operada de urgencia de apendicitis.
Si bien desde el punto de vista sicologista de alguien que admire mucho por ejemplo a Dostoiewski, puede decirse que Fitzgerald “desperdicia” personajes -cada uno de los norteamericanos que deambulan por Europa en Tierna es la noche pudieron desarrollarse más intensamente- es verdad que poco puede hurgarse en la estructura mental de quienes tienen como característica principal, ser precisamente vacíos. Precisamente Dick Diver, el siquiatra protagonista de esta novela, casado con una expaciente suya de mucho dinero y tentado por la gracia y el encanto de una incipiente actriz, representa con todas sus vacilaciones y dudas esta superficialidad, porque respecto a ambas mujeres sus sentimientos son opacos, pero si cabe la expresión, correctos . En el campo profesional, Diver, que asiste a congresos donde también están Freud, Jung (es decir, los científicos conocidos en la época misma en que la novela se escribía), evidencia una desidia absoluta y en términos de producción intelectual se resigna a escribir un libro que se llamará Psicología para psiquiatras y que será solo un resumen de las brillantes ideas que no tendrá tiempo de escribir, preocupado como está de dar y recibir recepciones, de ser marido y psiquiatra de su mujer y furtivo y casual amante de la joven actriz. El encanto de la novela está en que detrás de esta historia, que con toda seguridad será o ha sido llevada a la pantalla como otro bodrio cinematográfico, Fitzgerald, si cabe la expresión, va salvando lo humano de cada uno de sus personajes.
En la primera novela, A este lado del paraíso, se describe en un instante el conato de una relación amorosa entre dos jóvenes universitarios. El muchacho ha preparado todo para el gran momento; en un baile consigue un aparte con la chica y lleno de audacia y temor la roza la mano. La muchacha ni retira el brazo, ni lo ofrece, simplemente lo desconecta del resto del cuerpo, como quien desenchufa una lámpara, pero para el casual espectador esa era una auténtica escena de amor correspondido. Asimismo, Scott Fitzgerald mostró un amor por la realidad que le tocó vivir, ese mundo que se vino abajo en la crisis del 29, la que se desconectó del resto del acontecer mundial. Por eso a muchos realistas les parece deleznable el mundo de Fitzgerald, pero a quienes creemos que la realidad incluye la fantasía, las novelas de Fitzgerald se nos figuran una reconstrucción brillante y triste del oropel del poder en los años veinte.
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