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“Salón Yutai”: lee el cuento ganador del concurso de la Asociación Peruano China (APCH)

Salón Yutai

Autor: Eduardo Reyme Wendell*

 

Durante todos estos años nadie ha podido entender qué me ha llevado a sostener este negocio que sin pretenderlo se ha convertido en el homenaje a su ausencia. Sin haberlo buscado tampoco he logrado que allí desemboquen fieles clientes que como yo intentan mantener vivo el recuerdo de sus familiares a través de la imagen nítida de su melancolía.

Los salones de té no son típicos en esta ciudad, por ende, mi popularidad como anfitrión en la zona del barrio chino se ha reducido apenas a un grupo de personas que acuden cada tarde a comer pasteles y comidas que van desde los fideos con carne cocida hasta las albóndigas fritas. Entre los asistentes se encuentran los aficionados a la crianza de zorzales y oropéndolas. Desde mi lugar de atención soy un convidado de piedra que observa cómo sus dueños las hacen competir para saber quién es la poseedora del canto más bello o de los plumajes más insólitos. En esos días cuando la belleza, la fragilidad y la derrota se funden en un solo sentimiento es cuando más me acuerdo de Xiao. No todos los días son así. Su ausencia es una mezcla extraña de vacío, de grito profundo, pequeño, punzante que recorre mi cuerpo y se agiganta con el paso de los días hasta querer explotar sobre mi pecho. Mientras observo a estos hombres haciendo cantar y jugar a sus aves me vienen extraños pensamientos. Pienso, mientras aparecen en mi memoria la agresión de un guardia hacia unos manifestantes en la Plaza, que hoy la vida de un hombre vale menos que la de una paloma. A veces he pensado también que no soy yo quien sostiene este salón de té, sino que es este espacio de globos y murales el cual sostiene el recuerdo de mi felicidad pasada junto a ella.

En otras oportunidades, siempre detrás del mostrador, que es como la trinchera de mi reino, puedo verme envuelto, a lo lejos, en medio de un grupo de hombres que miran dentro de una vasija de porcelana cual ring de box una pelea de grillos, azuzados por una pajilla que rompe su tranquilidad y los arroja a ese vil espectáculo que resulta la muerte. En ese instante es como si me transportara a esos viejos pasajes con los que mi padre solía contarme los cuentos de la dinastía Tang. Aficionado a oírlas de pequeño era inevitable no recordarlo y asociarlo siempre con la mesa dos. Aguzar el oído y dejar pasar por alto la visita de aquellos clientes que después de jugar ajedrez pasaban sus tardes contándose historias extravagantes era entonces tan imposible como dejar de prestarles atención. Recuerdo ahora la historia de aquella araña gigante convertida en espíritu maligno que había sido golpeada por un rayo. No entiendo mucho de literatura la verdad, pero creo que fue la experiencia o el tiempo el que me permitió relacionar tal historia con los mecanismos de defensa que establecen los pueblos y vincular su existencia con la construcción de aquella muralla que fue hecha con la inminente intención de proteger la llegada de la legión extranjera y sus perversas costumbres. Ojalá pueda hacer una muralla ahora yo y cercar mi amor hacia Xiao y con él, el mismísimo tiempo de este salón que fue en secreto un lugar donde al inicio asistíamos mi familia y yo para evocar nuestro pasado y mutó (no sé en qué momento) en lugar donde viejas y ancestrales tradiciones se hicieron presente, al punto que muchos sentíamos que estar allí era como entrar a un túnel del tiempo. No importaba entonces que en las afueras de la calle Paruro el caos de la ciudad y su sinfonía de agitación existieran; dentro del salón, la paz que emanaba de una flauta de bambú abría sus alas y abrigaba a los corazones más solitarios.

Sea el grupo o la mesa que fuera mis comensales sabían que por encima de las diferencias siempre encontrarían en mí a alguien dispuesto a calmar las aguas producto de esta vehemencia que nos caracteriza cuando algo nos apasiona. Total, muchos de aquellos breves incidentes que ocurrieron en el salón no son más que producto de las circunstancias. Para mantener la vieja tradición de los antiguos se prohibió tocar temas ligados a lo político. Las noticias de las manifestaciones por la renovación del casco urbano fueron las últimas en llegar y se filtraron en el salón muy a mi pesar como si por esa fisura que significaba su sola existencia empezara a su vez su propia destrucción. Me vi asediado por los clientes quienes preocupados me hablaban de ordenanzas municipales y cambios en la ciudad. Fuera del salón todos hablaban del progreso y del enriquecimiento que traería la disolución de mi local para dar paso a una galería. Cómo decirles a quienes auspiciaban los cambios que ese no era solo un salón de té, sino el lugar donde podía aún oír la voz de Xiao recorriendo cada espacio vestida con su fino satén y sus prendas de Sichuan que iluminaban todo a su paso.

*

A pesar de mi luminosa desaparición yo siempre supe que mi historia sumaría a nuestra historia mayor. Antes de partir oí cada testimonio de los asistentes, pero cuando verlos sufrir se convirtió en pan de todos los días pasé a informarles el cierre del salón. No dije más porque a veces el silencio es una forma de resistencia. Dejé de preparar fideos con pasta de soya. Muchos en su terquedad empezaron a llevar sus propias hojas de té y su tabaco en finas cajas de rapé. De mi parte cada vez que oía el canto de las oropéndolas me daban ganas de vivir.

Ahora en el salón contemplo los frescos mientras pienso en la libertad de poder ser un río que baja sereno y fluye más allá de lo material. Estoy seguro que mis clientes sabrán comprenderme así los diarios digan que en medio de los escombros hallaron un cuerpo sin vida en lugar de una flor.

 

 

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* Eduardo Reyme Wendell (Lima, 1984) estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal y la Maestría en Estudios Culturales en la Pontifica Universidad Católica del Perú. Ha escrito Un lugar llamado TarataDuerme tranquila, RebeccaÉpocas de radioLección de las aves y Los ojos de Angélica. En la actualidad es director del sello editorial independiente Vivirsinenterarse (https://www.facebook.com/Vivirsinenterarse). Además, es colaborador de Literalgia.
“Salón Yutai” ganó el segundo Concurso de Relatos Cortos “APCH Literario 2022”, realizado con motivo de los 173 años de la llegada de los primeros inmigrantes chinos al Perú. En este certamen, organizado por la Asociación Peruano China, participaron más de 500 obras.

 

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