Universidad de Chile
ISLA NEGRA, julio de 1963.
He leído con gran emoción las palabras de Alejandro Romualdo sobre Javier Heraud. También el doloroso examen de Washington Delgado, las protestas de César Calvo, de Reynaldo Naranjo, de Arturo Corcuera, de Gustavo Valcárcel. También leí la desgarradora relación de Jorge A. Heraud, padre del poeta.
Me doy cuenta de que una gran herida ha quedado abierta en el corazón del Perú y que la poesía y la sangre del joven caído siguen resplandecientes, inolvidables.
Morir a los veinte años acribillado a balazos, “desnudo y sin armas en medio del río Madre de Dios, cuando iba a la deriva, sin remos”… ¡El joven poeta muerto allí, aplastado allí en aquellas soledades por las fuerzas oscuras! ¡Nuestra América oscura, por nuestra edad oscura! ¡Por…!
No tuve la dicha de conocerlo. Por cuanto ustedes lo cantan, lo lloran, lo recuerdan, su corta vida fue un deslumbrante relámpago de energía y de alegría.
Honor a su memoria luminosa. Guardaremos su nombre bien escrito, bien grabado en lo más alto y en lo más profundo, para que siga resplandeciendo. Todos lo verán, todos lo amarán mañana, en la hora de la luz.
Pablo Neruda
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