El ingenio de los microcomercializadores de droga no tiene fin. Ahora hasta la venden en medio del mar, disfrazados de tablistas. Incluso cuentan con perros policía ‘bambas’
ESCRIBE HÉCTOR VILLALOBOS PAVLICA
Expertos en el arte del ‘pase’, los microcomercializadores de droga limeños han sofisticado sus técnicas a tal punto que la policía debe adaptarse a sus nuevas tendencias. Estos expendedores de sustancias ilícitas tienen la habilidad de mimetizarse con el ambiente en que se encuentran, asumiendo las identidades más insólitas. El escenario de sus operaciones puede ser un callejón siniestro e inhóspito o la discoteca más ‘nice’ de la capital. En cuanto al aspecto de sus clientes, este también es bastante variado: a veces se trata de avezados delincuentes, con varias estadías en Lurigancho y con algunas cirugías faciales sin anestesia. En otros casos, pueden ser adolescentes, hijos de familias acomodadas, que van en busca de provisiones para una ‘pichanga’ sabatina a 97 kilómetros de distancia. Todo depende del tipo de droga que consuman y de la calidad de la misma.
Olas ‘estonas’
Conocedores de la debilidad de algunos tablistas miraflorinos por los placeres vegetales, ‘Tombo’ y ‘Aquamán’ no tuvieron mejor ocurrencia que llevar la mercadería hasta el mismo ‘tubo’. Provistos de tablas, aletas y ‘wetsuits’, ambos delincuentes hacían el contacto en la playa y luego nadaban mar adentro para culminar la transacción. Un frasco de vidrio era el recipiente que aseguraba que la hierba llegara a buen destino, protegiéndola del contacto con el agua. Conocidos por los surfistas de Waikiki, La Pampilla y Los Delfines, ellos contaban, además, con un inusual cómplice. Pichicata era el nombre de un pequeño can, el cual, supuestamente, era especialista en detección de drogas. Ello debido a que ‘Tombo’ se hacía pasar por miembro de la policía nacional, ayudado por el falso carnet y la pistola de juguete que portaba. Esto hacía que los compradores se sintieran seguros de la calidad del producto que adquirían, porque, claro, ¿quién va a desconfiar de un honorable integrante de las fuerzas del orden? Los efectivos de la comisaría de Miraflores se vieron obligados a coger sus tablas y penetrar a las profundidades del mar, para, una vez comprobado el delito, proceder al arresto de esta banda conocida como Los Surfistas de Miraflores, a cuyos integrantes se les encontró 150 gramos de marihuana.
Chicles, cigarrillos, caramelos
Otra de las modalidades a la que recurren los vendedores de droga, específicamente los que trafican con cocaína, es la de hacerse pasar por vendedores ambulantes de golosinas. A estos los encontramos en la puerta de cualquier discoteca. Representan la salvación de quien olvidó llevar su cajetilla de cigarrillos o de quien desea un caramelo para que no se le sienta el aliento que tiene luego de haber ingerido la quinta o sexta cerveza de la noche. La particularidad de estos ‘inofensivos’ vendedores es que los chicles que expenden vienen con ‘sorpresa’. Camuflados dentro de las cajas de goma de mascar se encuentran paquetitos con cocaína. Los parroquianos que acuden a ellos ya los conocen y saben que la sensación que tendrán luego de consumir el producto adquirido no necesariamente será de frescura.
Droga por ‘delivery’
Si Mahoma no va a la montaña, entonces esta tendrá que acudir a él, parece haber sido la frase favorita de Juan Lizárraga Bravo. Este ‘innovador’ sujeto decidió modificar la forma de distribución de su ilegal mercadería, empleando para ello solamente un teléfono celular y una motocicleta. Los clientes habi tuales tenían su número y sabían que, con solo una llamada, recibirían en pocos minutos la dosis requerida de marihuana, cocaína o pasta básica. Luego de un largo seguimiento, la policía miraflorina logró capturarlo. Se sabe que esta misma modalidad es aplicada también en Surquillo, aunque el reparto se realiza, en algunos casos, también en bicicleta.
El toque del sabor
No todos los turistas que llegan al Perú lo hacen atraídos por conocer los vestigios de nuestro pasado histórico. Algunos lo hacen también motivados por los comentarios que llegan hasta sus países acerca de la calidad de la cocaína peruana. Esta situación es aprovechada por sujetos sin escrúpulos, quienes los abordan en los alrededores de la Plaza Mayor de Lima o por el parque central de Miraflores. Luego de trabar amistad con ellos, les ofrecen el producto que están buscando, pero les recomiendan ser cuidadosos y no abrir el paquete hasta que se encuentren en un lugar alejado, para evitar alertar a la policía. Tras realizar el pago respectivo, los extranjeros se despiden de su nuevo ‘amigo’ peruano y se retiran para dar cuenta de lo adquirido. Pero su ansiedad se transforma en des concierto minutos después al darse cuenta de que lo que tienen entre manos no es coca, sino simplemente algunos gramos de sal de cocina o, en el mejor de los casos, de ajinomoto. Avergonzados por la trampa en la que han caído, la mayoría de ellos decide no hacer la denuncia respectiva. No podrán drogarse pero al menos sus comidas estarán bien sazonadas.
Datos que preocupan
En un país en donde el precio del gramo de cocaína en los últimos años pasó de costar veinte dólares a entre cuatro a veinte soles, en donde se puede conseguir un ‘quete’ de pasta básica por solo treinta céntimos y en donde la posesión para consumo personal no está sancionada, los vendedores de pequeñas cantidades de droga tienen las puertas abiertas para seguir operando.
Teniendo en cuenta que, según una encuesta de Cedro, el 6,1% de la población admite haber fumado marihuana alguna vez, que el 2,4% acepta que ha probado pasta básica y un porcentaje similar señala haber consumido cocaína, y que el porcentaje real probablemente sea mayor, es fácil suponer que para estos traficantes existe un gran mercado potencial de compradores. Y para llegar a él, se valen de lo que sea.
ROLLO MICROFILM : 1714
De RexLuscus
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