José María Arguedas (18 de enero de 1911 – 2 de diciembre de 1969), autor de Yawar Fiesta, Agua y Todas las sangres, destaca por su extenso amor hacia la cultura peruana, especialmente la andina. Además de escritor fue un destacado antropólogo que trabajó incansablemente para revalorar aquel legado de nuestros antepasados.
Son reconocidas, además, sus facetas de traductor, profesor y poeta (escribió un hermoso poema a Túpac Amaru). Su visión de la literatura peruana también fue excepcional, miraba desde un particular punto de vista a las nuevas generaciones, a diferencia de muchos críticos de su tiempo, quienes consideraban solo a quienes aparecían en los medios masivos.
Arguedas no solo es uno de los principales novelistas peruanos, sino también un intelectual comprometido con los cambios sociales de su tiempo. Su trabajo aún inspira y motiva a diversas generaciones que lo admiran y siguen sus pasos. Lo quieren estudiantes, músicos, danzantes y todo aquel que ha tenido la oportunidad de apreciar su obra.
Pero la vida de Arguedas no fue fácil. Estuvo marcado por el abuso, la discriminación y la depresión. El andahuaylino perdió a su madre a los dos años de edad y fue maltratado por su madrastra, quien lo obligaba a dormir en la cocina, junto con los sirvientes andinos, con quienes entabló un cariño que le duró toda la vida.
La depresión persiguió al autor hasta el final de sus días. Debido a este mal, tuvo un primer intento de suicidio, el 11 de abril de 1966. Intentó quitarse la vida por una sobredosis de barbitúricos. Tras ese evento, Arguedas se aisló de varios escenarios (salvo de la docencia), pero continuó escribiendo por recomendación de su psiquiatra chilena, Lola Hoffmann.
Después de algunos libros publicados, de ser jurado en algunos concursos reconocidos, y después de su altercado con Julio Cortázar, el autor de Los ríos profundos se disparó en la cabeza, y tras cinco días de agonía pasó a la eternidad.
La carta que a continuación reproducimos, está dirigida a Lola Hoffmann, y fue escrita el 13 de junio de 1966, dos meses después de su primer intento de suicidio.
Lima, 13 de junio de 1966.
Querida mamá Lola:
Me animo a escribirle. A la salida del hospital me sentía bastante recuperado. Había decidido morir y me salvé en forma excepcional. Con el auxilio de un psiquiatra del propio hospital tomé decisiones que iban a consolidar mi conducta. Pero todo se ha ido echando abajo, derrumbándose. Y ahora me encuentro más confundido que nunca. Antenoche, sábado, hablé con John [Murra]. Y él me demostró que mi caso no es sencillo. Estoy sin saber qué hacer. Todos los pronósticos del psiquiatra no se cumplen. Voy a tratar de arreglar papeles en pocos días e ir a verla. Ya una vez usted me devolvió la energía y la ilusión de vivir e hice lo mejor que he ofrecido en trabajo. Ahora me parece que estoy en algo peor. Y tengo un gran promesa de trabajo. Hay la posibilidad de que me paguen un sueldo muy cuantioso por ocuparme de lo único que quizá puedo hacer bien para ganar sueldos: recopilar folklore. Pero no tengo fuerzas ni ánimo, nuevamente. John me ha asustado un poco, pues cree que debo tratarme muy seriamente durante un largo tiempo.
Me queda la estimación por las cosas que todavía puedo hacer. Pero, como no duermo, como estoy atenaceado por vacilaciones tan agudas, que afectan tanto a terceras personas, me angustio cada vez más. Acaso pueda alcanzar a ser auxiliado por usted durante unos días y luego volveríamos juntos al Perú. Aquí, en dos días, le haríamos ver algunas cosas buenas que no la fatiguen y que le hagan descubrir por usted misma algunas muestras de lo hondo que es este país.
Reciba el abrazo y la esperanza de
José María.
Muchos recuerdos a don Pancho y Pachín.
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