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Bryce se fue el Perú para escapar de quienes se oponían a su vocación literaria

“Temí ser aplastado por ciertas durezas dentro de casa, o por la constante burla e incomprensión de más de algún amigo fuera de casa”.

Alfredo Bryce Echenique (1939, Lima) es uno de los escritores más reconocidos de la literatura latinoamericana contemporánea. Su obra se caracteriza por un estilo narrativo ágil, irónico y melancólico, con una profunda exploración de la identidad, la memoria y la nostalgia. Entre sus novelas más célebres se encuentran Un mundo para Julius (1970), La vida exagerada de Martín Romaña (1981) y No me esperen en abril (1995). Formado en literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, vivió largos períodos en Europa, donde consolidó su carrera como escritor y profesor universitario. Su experiencia como expatriado y su visión crítica de la sociedad peruana han sido temas recurrentes en su obra.

En el siguiente texto, escrito en 1981 en Montpellier, Bryce responde a Hueso Húmero*, una revista que invitó a diversos intelectuales a responder “¿Por qué no vivo en el Perú?”. En su respuesta, Bryce reflexiona sobre las razones que lo llevaron a establecerse en el extranjero. Con una prosa íntima y reflexiva, el autor comparte su necesidad de distancia para escribir, su miedo inicial a la incomprensión del entorno y su evolución hacia una curiosidad constante por la experiencia de ser extranjero. 

Bryce y su amigo Ribeyro, en París.

¿Por qué no vivo en el Perú?

Responde: Alfredo Bryce Echenique

Me resulta difícil responder a esta pregunta, por múltiples razones. Y creo que la primera de ellas es por la forma en que ha sido planteada. No sé por qué, aunque no dudo un solo instante de la buena fe de quienes la pensaron, siento que un peruano que explica en este momento, en el que el Perú atraviesa una espantosa crisis económica, social y política, por qué no vive en su país, puede dar lugar a una serie de malas interpretaciones. ¿Huye de algo? ¿No asume sus responsabilidades, en tanto que intelectual? Estos son dos ejemplos entre otros muchos que se me vienen a la mente.

Me resulta también difícil responder, ya que las razones por las que, hace unos dieciséis años, abandoné Lima, no son las mismas o no son exactamente las mismas que hoy me hacen permanecer en el extranjero, y siempre a la búsqueda de algún lugar tranquilo donde escribir. Y las explicaciones se tornan aún más difíciles cuando se van ligando a detalles, problemas o decisiones que solo conciernen a la vida privada de una persona.

Que mi literatura la he ido creando poco a poco, con pequeñas y grandes dificultades, en el extranjero, no es un secreto para nadie que haya leído alguno de mis libros. Pero las necesidades del escritor que soy, o los requerimientos, para que las cosas sucedan de esta manera, han ido variando con el tiempo y desde el día mismo en que abandoné mi país. Lo hice para escribir, o mejor dicho, para escapar a la oposición -sobre todo paterna, aunque no malintencionada, lo comprendo hoy- familiar. Temí ser aplastado por ciertas durezas dentro de casa, o por la constante burla e incomprensión de más de algún amigo fuera de casa. Y yo vivía en un medio donde simplemente no existían escritores. No podía esperar, pues, apoyo por ese lado tampoco, ya que ese lado no existía. Y así me fui.

No pensaba irme por mucho tiempo y no solo quería escribir, sino perfeccionar algunos idiomas que había estudiado en Lima. Así, viví en Francia primero, y luego en Italia y en Alemania. Al volver a Francia, había empezado ya a escribir y no creo equivocarme al asegurar que en mis declaraciones de aquella época, dije siempre que vivía fuera del Perú porque necesitaba tomar distancia de mis temas, estar lejos de lo narrado, para observarlo con mayor tranquilidad. Hoy pienso que en esas afirmaciones se escondía aún el temor al medio en que me había formado, a su oposición a mi vocación de escritor, dicho en pocas palabras: a que me aplastaran si regresaba al Perú.

Con el tiempo aquel temor ha desaparecido y no creo que ya nadie desee o logre aplastar una vocación que tardó en concretarse. Hoy explico más bien mi necesidad de seguir en Europa (aunque mis viajes a América Latina y al Perú son cada vez más frecuentes) por una gran curiosidad. Una gran curiosidad por lo que significa ser extranjero, por los contrastes culturales, etc. Ángel Rama lo ha dicho mejor que yo en un artículo publicado en 1978 en El Universal de Caracas. Rama habla de “una nueva exploración que, sin abandonar su problemática peruana, la esencializa y la proyecta en el ámbito europeo”.

Siempre fui un gran curioso y hoy creo que esa curiosidad se ha acentuado y, a esto se debe, creo, que antes que alejarme de lo narrado, hoy necesite insertarme en ello hasta el punto de creer a veces que me pierdo en ello. En todo caso, ya no le tengo miedo a las cercanías, y el día en que mis temas y personajes vuelvan a situarse en un ámbito peruano, estaré escribiendo como siempre en algún lugar cuyo nombre estará en el Perú o en Sebastopol. Eso depende de la tranquilidad del lugar. Bastante me intranquilizaron ya mientras traté de ser escritor. Solo sirvo para eso y, a veces, para la vida privada (sobre cuyas relaciones con mi ausencia del Perú no voy a hablar), y no quiero morir inservible. En fin, como todos los demás, salvo casos de exilio forzoso, un caso particular el mío, también.

Montpellier, 1981

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* Extraído de Hueso Húmero, edición 8. Enero-marzo de 1981. 

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