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“Canción y vuelo de Santosa”: cinco poemas de Gloria Alvitres

El libro de Alvitres trata temas como la migración andina en Lima, el abandono del idioma materno: el quechua y la relación intergeneracional: abuela-madre-hija

Gloria Alvitres Aliaga (Collique, 1992) es escritora y periodista. Publicó el libro Canción y vuelo de Santosa (Alastor, 2021). Poemas suyos han sido publicados en la antología de poetas mujeres de la revista Ínsula Barataria (Lima, 2017) y en la antología Liberoamericanas: 140 poetas contemporáneas de la editorial Liberoamérica (España, 2018). Sus trabajos periodísticos versan sobre temas de memoria, ambiente, feminismo.

Canción y vuelo de Santosa aborda temas como la migración andina en Lima, el abandono del idioma materno: el quechua y la relación intergeneracional: abuela-madre-hija.

 

Caracoles para la madre

En la frente de mi madre
hay versos con forma de caracol.

Dicen que huele a lilas
viste tulipanes y elefantes
su fuerza es un río
imperturbable.

Hemos coloreado su brazo,
pintado mariquitas
que vuelan sobre su piel.

Jugar hasta que la noche
parezca ultramar,
leer El Pato garabato,
saltar por no dormir.

Y la madre grita.
El gato y el elefante blanco
no saben cuidar,
caminan sobre vidrios rotos,
infelices y caprichosos.

 

Letra imposible

A los 12 años Santosa dejó el campo

Escribió con tinta el nombre,
era un cuaderno azul con notas musicales.

Las demás palabras brillaron,
nunca fueron visibles:
casa, mujer, familia, Perú.

Las palabras eran brujas,
escurridizas,
querían ser como Lady D.
servirse café,
usar un pincel delgado.

Con ellas, Santosa se sintió un garabato.
El mundo como un lugar incógnito,
lleno de signos negros pegados a las paredes.

¿Qué significa una letra?
preguntó la maestra.
Un dibujo y una sílaba,
no representan un gorrión,
pero suenan como un ave e imitan sus plumas.

Ciudad letrada y Santosa no supo decir.
Firmó en la iglesia ante mamá Carmen
con su nombre, un dibujo grande.

Aplaudieron todos,
y Santosa pensó que su alma estaba empeñada
como sus manos, sus arrugas, sus pecas
ofrecidas en público.

 

Reflectante ante el abismo

En esta estrofa se fueron los lamentos.
Las tres veces que intenté volver sobre mis pasos:
sobre las olas,
sobre el acantilado,
sobre tus hombros.

Un viernes me desaparecí
entre canciones,
composiciones frenéticas,
y no pude escribir poesía.

Ya no siento nada en enero.
Mi voz es un río intacto,
donde jugamos en las tardes
aunque nos devoren los mosquitos.

Cómo odio la posibilidad de morir de noche
cuando no quedan palabras,
solo este cuerpo.

Érase al final solo humo,
espejos por toda la casa,
reflejo del sistema linfático.

 

La mujer rota

La mujer rota camina buscando un chocolate. Torpe, se distrae con los colores del jardín vecino. No existe la forma de pronunciar pena y placer en castellano. Rota, la mujer pasa su piel por la cera; lo que guarda en las costillas no es siquiera un órgano, es algo parecido a la nada. La mujer rota vive el día como un caminante certero. Su reloj a las siete y su ingreso a las nueve. Registra pedidos mecánicos en la computadora y planea el caos en silencio, aguantando las ganas de llorar frente al teclado porque ha visto un perro muerto en la vereda. La mujer rota tiene bordado en el ombligo la fi gura de una libélula, símbolo de conocimiento o un simple artefacto ornamental. Saca de las costuras de su cuerpo: una niña. Un cuerpo remendado, unido con alfileres. Un ser pequeño y miserable, hecho de enfermedades y tempestad.

 

La imposibilidad de continuar

Le prometí una boda a Agustina Yo pensaba que me casaría con Sebastián, con Luis, con Juan Pablo, con todos, con ellos, con sus espíritus de punki o con sus codos. Me casaría en una mansión de papel, ellos con sus barbas. Yo ocultando mi masculinidad, mi pelo en el pezón derecho. Me casaría y la madre dibujaría un río color magenta, la niña danzaría en el fuego. Yo, con el corsé de Frida, mi final con una cereza, yo de mármol, todos de luto.

 

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