Un libro sensacional sobre la guerra
Aturo: César Vallejo
El día en que salieron al frente de batalla los primeros regimientos de la guerra de 1914, empezó a crearse un arte que, con el nombre de estética de guerra, ha seguido y sigue practicándose hasta ahora. En esta estética entran todas las obras que, teniendo una común inspiración nacida de la guerra, tienden unas a defenderla y otras a condenarla. Hay, pues, en al arte de guerra, obras de incontestable espíritu guerrero y militarista, al lado de obras de no menos incontestable espíritu de paz y de fobia militar.
La producción del arte de guerra es abundante. Las naciones que más han producido son Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Rusia. ¿En cuáles de ellas domina el arte guerrero y en cuales otras, el arte pacifista? Es difícil determinarlo, a causa de que no se conoce la producción total de cada país. Sin embargo, parece que es Rusia donde el espíritu pacifista se manifiesta en forma realmente constructivo y superior.
En Alemania gran parte del arte de la guerra se caracteriza por su falta de filiación política. Cuando la obra aboga por la paz, carece de una profesión de fe política militante francamente hostil a la guerra. En Rusia esta profesión de la política militante circula con energía y al descubierto, por toda la producción artística de guerra. Ella se ha hecho casi un «leit motive» el ritmo esencial, el motor de toda obra. El imperativo de paz adquiere allí tan viviente e inmediata ejecutoria, que desborda casi en propaganda y, a veces, en manera. El arte alemán se queda en una angustia apolítica, neutra, abstracta, si cabe la palabra. Solamente cuando la otra es guerrera y predica la guerra, toma el arte un sentido político expreso. Se trata entonces de una vulgar propaganda chauvinista o monarquista, salida de los núcleos recalcitrantes del viejo pangermanismo. Erich Remarque, puede clasificarse entre los escritores alemanes apolíticos, cuyo temperamento de antiguo combatiente de 1914, no ha logrado definirse en una protesta política, militante, contra la guerra, vale decir, en una actitud revolucionaria contra los intereses históricos, origen de la guerra.
Al oeste sin novedad, primer libro de Remarque que acaba de ser traducido al francés da un friso cabal de la vida en las trincheras. Remarque trascribe la tragedia del soldado, con una fidelidad y un sentido de repórter incomparable. Remarque es un sorprendente fotógrafo. Más todavía. Es un cinemista genial. Su libro es una película intrépida y admirablemente «decoupée», de un realismo brutal y de una verdad histórica implacable. Los que admiran a Remarque, no deben indignarse si sostenemos que su mejor calidad está en su gran sensibilidad cinemática. Creemos que esta es una calidad moderna y superior, muy rara entre los escritores de postguerra. El ojo cinematográfico que algunos atribuyen a Morand, es falso. Morand da sensaciones rápidas y el cinema no consiste en la suma velocidad sino en el instinto musical del tiempo.
El libro de Remarque es una crónica y nada más que una crónica de las trincheras. Es una película documentaria, que no ha sido concebida, inventada ni compuesta, sino simplemente realizada, dicha. El sueño sobresaltado de «Poilu», su disputa con las ratas por las migajas del pan negro, sus piojos, el ataque con gases asfixiantes, la podredumbre de los cadáveres de miles de sus compañeros, el mecanismo ciego e incontrastable del cuartel, la sinrazón de la lucha y su impotencia para contrarrestar los intereses e intrigas personales y de clase, que de manera sorda y subterránea, le empujan hacia un sacrifico absurdo y jamás consentido por él ni por sus compañeros de infortunio. Todo esto pasa por el libro. El operador ha sorprendido certeramente los momentos supremos y representativos, el gesto del combatiente, la bala, el pliegue apresurado de un capote, la gota de sudor, la costra de mugre, el brillo de una bayoneta, la bocanada de sangre, el paso de un batallón, el temblor de la trinchera bajo los obuses, el infierno de la guerra de posiciones. Pero el operador ha penetrado más aún y nos muestra todas las nebulosas espirituales que, durante la guerra brotaban día a día en el alma del soldado y que, más tarde, terminadas las hostilidades, han crecido y se han precisado, dando origen a lo que ahora constituye la nueva sensibilidad humana.
El relato de Remarque es de un estilo simple, terso. Ni un rastro de retórica. No quiere el autor «escribir» sino conmover. Nada de fórmulas ni de clichés literarios. Como quería Goethe, Remarque, sabe llamar a las cosas por sus nombres, sin rodeos, ni cucufaterías. Se descubre a lo sumo, en su estilo un coraje verbal que participa del «expresionismo».
Si Remarque hubiera atmosferizado su relato en un franco pensamiento revolucionario, su obra habría ganado inmensamente, definiéndose conforme a las exigencias modernas de este género de obras. La única forma de condenar la guerra y de trabajar por la paz, consiste en hacer la revolución. «Para ser sincera y realmente antiguerrero -dice Barbusse- hay que ser revolucionario. Utilicemos al efecto, nuestro prestigio (habla de los antiguos combatientes) de testigos y actores de la gran guerra. El resto es literatura». Remarque ha preferido neutralizarse y él mismo nos lo declara, diciéndonos en el prefacio de su obra: «Este libro no es una acusación ni una profesión de fe. En él trato solamente de decir lo que ha sido una generación destruida por la guerra, aún si ella ha escapado a los obuses».
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