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[Cuento] Más limpio que mi techo / de Marcio Taboada

Más limpio que mi techo

Autor: Marcio Taboada* 

 

Tomó la bocina.

—¿Qué hay, cariño?

—Eres un maldito.

Se pasó la mano por la cara. Estiró las piernas.

—Tranquila, mi amor. ¿Cuál es el problema?

—En serio. Cómo puedes siquiera… será mejor que busques un abogado.

—Mujer, ni estamos casados. Además, ya sabes lo que pienso del matrimonio. A mí no me vengas con eso de amarrarnos.

—¿Cuánto te metiste ayer, ah?

Se incorporó. Llevaba puesta la ropa de fiesta. Solo los zapatos descansaban más allá de la cama. Revisó sus bolsillos. Volvió a tenderse.

—Nena, hace tiempo que estoy limpio.

—So mierda, ni tú te la crees.

—¿Puedes decirme por qué estás tan cariñosa?

—De verdad, soy una estúpida… debí dejarte cuando pasó lo de Katherine.

—Tsss… Otra vez. Olvida eso, por Dios.

—¡Es mi prima, hijo de puta! Te la tiraste en Nochebuena.

—Pero no fue mi intención…

—¿Quieres decir que fue un accidente, imbécil?

—Ay, ya te lo he explicado mil veces, mujer. Me disculpé; incluso tu tío aceptó mi arrepentimiento… un buen hombre, sin duda; entiende de estas cosas. Además, fue mi peor época.

—Increíble…

—Sí, pues. ¿Entonces estamos bien, mi vida?

—Tu abogado deberá ser muy bueno. Miró el techo. Una mancha de humedad se extendía desde el centro.

—No te sigo.

—Es lo peor que has podido hacer, idiota. Solo porque he tenido una larga relación contigo, te llamo.

—Bueno, si vas a terminar lo nuestro por teléfono, OK. Espero que te vaya de maravilla, querida. Es obvio que conseguirás algo mejor. De todos modos, cuando quieras, puedes pasarte por aquí.

—Ah… realmente estás enfermo.

Decidió levantarse. Colocó la bocina entre su oreja y el hombro.

—Sí, sí, lo que digas. Jaló sus zapatos con los pies. Se los calzó. Observó su alrededor.

—Marcus, la cagaste.

—Dame pistas, cariño. Creo que pusieron algo en mi bebida.

—Vaya, adicto de porquería. ¿Quién pondría algo en tu bebida? Solamente, tú.

—¡Caraaajo, estoy más limpio que mi techo!

—Me has hecho tanto daño… y aun así quiero que te salves.

—Basta, querida. No entiendo a qué se debe el drama.

—Era la hijita de Paul… una chiquilla, Marcus. ¿Qué estabas pensando?

—¿La hija de Paul? ¿Darlín? Oh, ya recuerdo. Le enseñé a doblar los dedos, a cruzarlos. Ya sabes, como yo lo hago. Bien mona la flaquita… «Me llamo Darla, pero todos mis amigos me dicen Darlín y ahora tú eres mi nuevo amigo», así me dijo.

—Cruzar los dedos… Hombre, ¿cuánta mierda consumiste?

—Voy a colgarte. Me estás irritando con tus alucinaciones sobre el consumo.

—¡Suficiente! Lo que hiciste con esos horribles dedos tuyos fue meterlos dentro de esa criatura, sucio degenerado.

—Eh, qué estás diciendo.

—Lo que oíste. Anoche te saqué inconsciente y hoy, temprano, Elena me telefoneó llorando, Darla no quería desayunar. Estaba encerrada en su habitación. Pobre niña… Logró conversar con ella, tarado. Se lo contó todo, hijo de puta. Se lo contó todo. Le has dejado un trauma de por vida. Seguramente, Paul está yendo por ti.

—¡Calumnias! ¡Qué hijos de perra! Siempre nos tuvieron envidia, porque nosotros no nos llenamos de chibolos. Y esa puta no puede soportar que te hayas quedado conmigo… No te lo conté, pero ella me buscaba. De hecho, que le ha contado huevadas a Paul, seguramente que yo la afanaba o cosas así y el tremendo cachudo que le ha creído…

—Ay, Marcus… será mejor que busques un abogado. Tendrá que ser el mejor de los abogados.

—Pfff… tonterías. ¿Vendrás en la noche, mi amor?

—Estás loco.

Escuchó el golpe y el consiguiente pitido. Puso el aparato en su lugar y vio que la pantalla indicaba el registro de diez mensajes en el buzón de voz. Imaginó de qué se trataba. Presionó el botón para borrarlos.

Caminó hasta la puerta que da a la calle y echó llave.

Fue al baño. Orinó bastante. Se lavó la cara, peinó sus cabellos. Se dirigió a la cocina. Bebió un vaso con agua. Bostezó. Abrió la alacena y asió un tarro oxidado de café. Sacó unas bolsitas de su interior y volvió a su cuarto moviéndolas, observando su pureza contra la luz que ingresaba por las ventanas.

Se sentó en el piso, cerca de la mesita del teléfono. Tomó la guía, buscó entre los estudios de abogados aquellos que anunciaban con elegancia. Antes de marcar el número, preparó la sustancia.

Miró el techo. Lo aceptó, estaba sucio.

 

 

 

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* Marcio Taboada Zapata es licenciado en Comunicación y Periodismo. El cuento “Más limpio que mi techo” pertenece a Sórdido (Editorial Mesa Redonda), publicado en el 2021.

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