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Nuestras lenguas originarias están desapareciendo. ¿Hay alguna esperanza para que eso no suceda?

Agustín Panizo, experto en lenguas originarias e interculturalidad, responde a estas preguntas relacionadas al presente y futuro de las 48 lenguas ancestrales reconocidas en el Perú.

Agustín Panizo. Foto: Jaime Tranca

 

En el Perú, el Ministerio de Cultura (Mincul) ha reconocido 48 lenguas originarias, las cuales son habladas por el 16 % (4.5 millones) de la población total de peruanos. Y estas lenguas pasan por un proceso de desaparición, donde algunas mueren con más rapidez que otras.

¿Por qué una lengua originaria desaparece?, ¿cuáles son las principales causas?, ¿qué debemos hacer para preservar estas lenguas ancestrales? Agustín Panizo, lingüista experto en lenguas originarias e interculturalidad y exdirector de Lenguas Originarias del Mincul responde a estas interrogantes a través de su libro Contra el silencio. Lenguas originarias y justicia lingüística, publicado a fines del año pasado.

A continuación, compartimos un extracto de la entrevista publicada en Actualidad Ambiental.

En el título del libro, cuando te refieres a “Contra el silencio” se hace referencia a la desaparición de las lenguas originarias, pero no una desaparición voluntaria o natural sino forzada. ¿Es así?

El libro es una especie de denuncia y de propuesta. Es un libro que denuncia el proceso de debilitamiento de las lenguas originarias del Perú, entendiendo esto como un proceso social que se puede calificar como el silenciamiento de las lenguas originarias. Cuando digo que se trata de un proceso social estoy diciendo que no son las lenguas las que desaparecen sino en realidad son los pueblos y sus miembros los que ven que su lengua va debilitándose, lo cual es una tragedia puesto que la lengua es un elemento central en la cultura de un pueblo y esa centralidad de la lengua implica que, con la pérdida de la lengua, se debilita muchísimo el pueblo y puede desaparecer como entidad social cohesionada.

Se ha mencionado que una sociedad se desarrollaría mejor si hablara solo un idioma, pero en tu libro señalas que obligar a las personas a hablar una lengua que no es suya es un acto de violencia. ¿Por qué?

Exigir el conocimiento del castellano para el ejercicio de la ciudadanía es imponer un requisito a los cuatro millones y medio de peruanos y peruanas que tienen como primera lengua una distinta al castellano. Es exigirles un requisito que no se le exige al resto de la población, es ponerlos en desventaja, en desigualdad de condiciones en su país, país donde ellos han nacido y pagan impuestos. Entonces, si este Estado es el que debe estar al servicio de todos los peruanos, debe servir a los pueblos respetando sus características culturales y lingüísticas.

Por lo tanto, exigirles aprender castellano para recién poder ejercer la ciudadanía en su propio país es tremendamente violento y, en realidad, esconde detrás una imposición más grave. Es como si el Estado les diría: “Abandona tu cultura y tu lengua porque este país no se hizo para ti, se hizo para los que hablamos castellano. O te insertas o desapareces”. Es trasladar la responsabilidad al ciudadano en lugar de al Estado que funciona bajo una lógica monolingüe en un país donde se hablan 48 lenguas originarias.

En el título del libro también hablas de “justicia lingüística”, un término que para muchos será nuevo. ¿Por qué es necesario hablar de justicia lingüística en el Perú?

Lo que yo planteo es que en el Perú se vive un apartheid lingüístico; es decir, un régimen de exclusión que, aunque no está escrito en las leyes, no por eso es menos real. Tenemos el tremendo problema que estamos viendo hoy en las protestas, es un problema mucho más complejo del que muchos pueden pensar. Debemos entender que la población está pidiendo respeto, dignidad y justicia, y esa justicia no se resuelve solo con un reconocimiento de decir que sí, que en el Perú hay 48 lenguas originarias o 55 pueblos indígenas, no, no se resuelve con el solo reconocimiento. Se resuelve con algo que va mucho más allá, que es la garantía del ejercicio pleno de los derechos lingüísticos y eso implica resarcir la violencia que se comete permanentemente contra los pueblos originarios, eso es un sentido de justicia lingüística, que es un concepto que se está usando mucho en otros países.

La desaparición de las lenguas originarias está pasando, es innegable. ¿Ese es un proceso irreversible o hay alguna esperanza de preservarlas?

Esa es una pregunta difícil de responder. Por un lado, hay lenguas con las que, lamentablemente, poco se va a poder hacer y van a perderse indefectiblemente, pero hay otras lenguas que no, que tienen mucha fortaleza. No necesariamente las lenguas más habladas tienen mayor vitalidad o están aseguradas. Lenguas como el awajún o el asháninka, por ejemplo, están siendo transmitidas a los niños. Hay una situación muy compleja, es necesaria la toma de conciencia del pueblo, y que el Estado ofrezca las condiciones para que los pueblos puedan luchar eficazmente contra la pérdida de sus lenguas.

Sin embargo, yo tengo esperanza. Yo veo un futuro en el que muchas lenguas originarias van a fortalecerse. Me parece que eso tiene que ver con lo que estamos viviendo y cómo los pueblos originarios asuman el rol que ocupa su lengua en la lucha por su identidad.

En las últimas semanas se habla mucho del auge de la inteligencia artificial. ¿En el campo lingüístico se ha analizado cómo esta u otra tecnología puede ayudar a que las lenguas no desaparezcan?

Ahí hay un asunto complejo. Evidentemente, las lenguas originarias para no perderse tienen que abrazar la tecnología y eso implica tener páginas web escritas en esas lenguas, diccionarios en línea y todo tipo de entornos digitales. Sin embargo, hay una tremenda desigualdad en la cantidad de recursos que se otorgan a algunas lenguas frente a otras en el mundo digital.

En todo el planeta tenemos unas 7 mil lenguas pero solo a un puñado de estas se le inyectan recursos para el desarrollo de plataformas de inteligencia artificial. Ni siquiera el quechua, que es la lengua americana más hablada en el mundo, puede tener por ejemplo reconocimiento de voz. Una de las bases de la inteligencia artificial es el procesamiento de voz a texto y eso aún no se ha hecho con el quechua. Hay mucho camino por recorrer. A mi entender, eso debería estar haciéndolo el Estado peruano.

En tu libro mencionas que los avances del Estado no están en proporción al ritmo en que van desapareciendo estas lenguas. ¿Qué le falta al Estado para lograr que las lenguas no desaparezcan?

El Perú tiene un muy buen desarrollo normativo respecto a las lenguas originarias. Después de la Ley de Lenguas Originarias en el 2011 (Ley que regula el uso, preservación, desarrollo, recuperación, fomento y difusión de las lenguas originarias del Perú) tenemos 12 años en donde se ha avanzado muchísimo en todo el aparato normativo. Estamos hablando de políticas, reglamentos, archivos, registros, promoción de intérpretes, de avances muy importantes, pero no es suficiente.

En el Perú, la gente y menos los políticos saben de hacia dónde apuntan las reformas planteadas en este tema. Estas apuntan hacia la oficialización de las lenguas originarias; es decir, a que el Estado funcione de forma multilingüe y que todo el ecosistema lingüístico del país se transforme hacia el multilingüismo, y eso no está recibiendo el impulso que se necesita. Además, se tiene que crear el Instituto Peruano de Lenguas Indígenas, se tiene que crear el Archivo Nacional de Lenguas Indígenas, se tiene que fortalecer la formación de traductores e intérpretes, se tiene que avanzar muchísimo. Sin embargo, vemos es que ese tipo de acciones en favor de los pueblos originarios, no le interesa a la clase política porque no encuentran ahí ningún beneficio o provecho personal que sacarle.

Señalas también que si hay que buscar un culpable de la desaparición de lenguas debemos mirarnos al espejo. ¿Qué podría hacer la población para contribuir a que las lenguas originarias no desaparezcan?

Se trata de comprender el rol que cada uno de nosotros jugamos en este asunto. Lo que hay que entender es que la desaparición de lenguas se genera por una dinámica de discriminación a todo nivel, racial y lingüística. Cuando estas ideologías racistas son estudiadas a profundidad nos revelan que son sistemas discursivos elaborados desde el poder para sostener, justificar y profundizar los sistemas de dominación de un grupo a otro, y el control de los recursos económicos. Todos estos discursos que justifican la discriminación están en las mentes de todos los que habitamos en la sociedad. Podríamos decir que todos somos racistas porque todos somos peces que nos movemos en el agua racista. Por ello, todos nosotros tenemos un rol en el combate contra la discriminación hacia las lenguas originarias. Todos lo podemos hacer, desde dejar de reírnos de alguien que habla de una forma distinta a uno, a dejar de pedir que le metan bala a los que hablan una lengua distinta. También debemos denunciar todo acto de discriminación. Todos tenemos un rol que jugar en este problema público.

 

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Lee la entrevista completa aquí.

 

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