in ,

Divino masoquismo / Monólogo sobre una santa que se flagelaba porque amaba a Dios

Texto e ilustración de Paola Contreras

Como apertura de lo que a continuación escribiré, debo decir que esto nace a partir de una película que me dejó pensando en las santas imposiciones eclesiásticas, en los prejuicios que tanta risa me causan y en la Iglesia Católica que nos ofrece todo ello con fresca amabilidad primaveral.

La sagrada Iglesia Católica… Sus miles de historias nos hablan de proezas milagrosas realizadas por supuesto tocados por la divinidad; de la sanación de dolencias con la sola imposición de manos; de los castigos físicos que se autoinflingían creyendo que su proximidad con Dios sería inquebrantable; de los pactos de castidad; de la entrega de tu sexualidad al “ser superior”; de la omisión del placer carnal en tu vida; de la negación de brindarle divertimento al cuerpo por medio del “fornicio”, como ellos denominan al sexo fuera del matrimonio, fornicación que deriva del latín: “fornicari” que significa “tener relaciones sexuales con una prostituta”.

Dicho esto, encuentro que la respetadísima Iglesia católica llama prostitutas a cientos de mujeres que optan por el libre proceder de su ritmo corporal. No regirse a la abstinencia parece ser una ofensa gravísima para ellos, “terreno sucio, innoble de aquella mujer que goce de parte de lo que es ser humano, y animal también”.

Negarse a lo que forma parte de nuestro origen como especie, me parece un gran absurdo, pero qué podrían hacer ellos con la opinión de alguien como yo, pues la verdad no creo que mucho pero me place hacerlo, así que proseguiré.

Estos últimos días he estado leyendo mucho sobre Santa Rosa de Lima. Es más, vi una película que narra parte de su vida. He leído mucho sobre distintas maneras de flagelaciones en las que su cuerpo se volvía una suerte de carnaval de masoquismo, daño divino el que venía de la mano de la devoción que, según cuentan, le tenía a Dios desde aquel día que ella afirmó que le sería fiel eternamente luego de conversar con Él en una visita a la iglesia, desde ese momento ella no permitiría que nadie se interpusiera entre ellos y su matrimonio sobrenatural.

No soy persona que disfrute de juzgar al resto, pues casi siempre trato de ser tolerante, lo he aprendí con los años. Pero sí puedo dar apreciación de Rosa, a través de la investigación hecha. No sé qué opinen ustedes, pero creo que colocarse ají en los ojos para evitar imposiciones paternales de presentación de supuestos pretendientes, es algo extremo y dañino. Las lesiones que se pueden generar en el área del ojo, pueden ser irreversibles.

Quemarse las manos por recibir halagos debido a su belleza, castigándose por ser punto atrayente del ojo masculino, no me parece un acto de desborde de sanidad mental. Desde aquí puedo ver a una muchacha perturbada que quiso vivir un calvario: de las coronas de espinas que se colocaba; de la gruta donde entraba de rodillas, lastimándose y dejándose ver en heridas posteriores; hasta el silicio que se colocaba en la pierna para espantar deseos que podían alejarla, según creía, de su camino a Dios.

Debo decir que hurgo en mi cabeza y me permito golpearla un poco contra la pared, preguntándome si es posible venerar a alguien que vivió haciéndose daño físico por su fe y amor de un Dios. Me perturba pensar que le inculcan su historia a mi hijo mientras le piden que ore para pedirle un “milagrito”.

Me genera un enorme sentido de melancolía sentir que muchos laberintos le brotaban desde dentro y desencadenaban este autodestructivo comportamiento.

Comentarios de Facebook

[Documental] A 40 años del asesinato de Víctor Jara

¿Cómo armar una revolución? Es muy sencillo, sobre todo si es lunes y estás en la oficina