
Todos los años, antes del anuncio del nuevo ganador del premio Nobel de Literatura, se barajan varios nombres, aparecen varias listas de escritores, y en casi todas figura Haruki Murakami, el exitoso escritor japonés (Kyoto, 1949), autor de novelas como Tokio Blues, Kafka en la otra orilla o 1Q84, libros que han sido traducido a múltiples idiomas.
Si bien Murakami no ha sido el único que ha pasado por esta “espera” para obtener el máximo galardón literario del planeta, se ha convertido en la comidilla de círculos literarios, de medios culturales e incluso su eterna candidatura ha generado y genera diversos memes.
Si bien el autor ha dicho en más de una ocasión que no le preocupa no recibir reconocimientos, muchos no le creen y prefieren tener la idea de un escritor que tiene insomnio por envidia y planea su próxima venganza contra todos sus enemigos, especialmente la Academia Sueca.
¿Qué piensa exactamente Murakami sobre los premios literarios? En su libro De qué hablo cuando hablo de escribir (TusQuets, 2017), explica qué significa para él estos reconocimientos.
Haruki Murakami sobre los premios literarios
Siempre que me entrevistan y me preguntan por los premios literarios (tanto en Japón como en el extranjero lo hacen a menudo), contesto lo mismo: «Lo más importante son los lectores. Son ellos quienes compran mis libros con su dinero. Comparado con ese hecho fundamental, no veo la sustancia de los premios, sea el que sea, de las condecoraciones, de las reseñas favorables». Estoy harto de repetirlo, de contestar lo mismo una y otra vez, pero parece que nadie se toma la molestia de creerme. De hecho, la mayor parte de las veces no me hacen ningún caso.
Sin embargo, si me paro a pensarlo un poco, no me queda más remedio que admitir que la misma respuesta puede terminar por resultar aburrida. A lo mejor se interpreta como una especie de postura oficial, y a veces me lo parece a mí mismo. Como mínimo no es una respuesta que suscite entusiasmo entre los periodistas, pero aunque sea aburrida y poco original, no por ello deja de ser verdadera y honesta. Por eso no voy a dejar de repetirla todas las veces que sean necesarias.
Cuando alguien compra un libro que ronda los dos mil yenes, no esconde en ese hecho propósito alguno. Lo único que hay es (creo) una voluntad sincera de leerlo, una expectativa. Es un gesto que agradezco de corazón a todos mis lectores. Comparado con eso… Bueno, en realidad no hay por qué compararlo con nada.
Lo que permanece en el tiempo para las generaciones futuras, ni que decir tiene, son las obras, no los premios. Dudo que haya mucha gente que recuerde las obras ganadoras del Premio Akutagawa de hace dos años o quién ganó el Nobel hace tres. ¿Lo recuerda usted? Por el contrario, si una obra es buena de verdad, todo el mundo la recordará y habrá superado así la prueba del tiempo.
¿A quién le importa hoy en día, sin ir más lejos, si Ernest Hemingway ganó el Nobel o no (a pesar de que sí lo ganó), o si lo recibió Jorge Luis Borges? (¿Lo ganó?) Los premios literarios pueden dirigir momentáneamente el foco de la atención pública hacia algunas obras concretas, pero no insuflarles vida. No descubro nada nuevo al decir esto.
Trato de averiguar las desventajas concretas que padecí por no haber ganado el Akutagawa[1]. Pienso en ello y no se me ocurre ninguna. En ese caso, ¿cuáles habrían sido las ventajas? Haberlo ganado no habría cambiado mucho las cosas.
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Hasta ahora he intentado no hablar demasiado de los premios literarios en general. La mayoría de las veces ganar o no apenas guarda relación con el contenido o la calidad de la obra, pero como hecho social resulta muy estimulante. […] Cuanta más honestidad ponga por mi parte, más mentira y arrogancia me atribuirán. Es muy probable que la piedra que lanzo me vuelva de rebote con el doble de fuerza.
No obstante, me he esforzado por hablar abiertamente y con honradez. Estoy seguro de que en alguna parte habrá gente que entienda lo que digo. Por encima de cualquier otra cosa, lo que quiero transmitir es que para un escritor lo más importante es su capacidad individual. Los premios deberían servir para apoyar y estimular esa capacidad, no para compensar un esfuerzo.
Ni mucho menos es esta una afirmación contundente. Si un premio sirve para reforzar de algún modo esa capacidad, bienvenido sea para quien lo gana. De lo contrario, solo se convertirá en un obstáculo, en una molestia y nadie lo podrá considerar un buen premio.
Visto así, el valor de los premios cambia en función de las personas. Opiniones diversas esconden circunstancias diversas, posiciones ante la vida divergentes, pensamientos y formas de vivir peculiares. No se puede tratar todo del mismo modo y esto es aplicable a los premios literarios. No todos son iguales ni se pueden considerar de la misma manera. No debería suceder.
Esto es lo que pienso y al mismo tiempo deseo, y por mucho que lo manifieste en estas páginas, no creo que cambie nada.
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