Un día como hoy, en 1889, nació Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, más conocida como Gabriela Mistral, poeta chilena, la primera iberoamericana en ganar el premio Nobel de Literatura en 1945.
Gabriela Mistral adquirió dicho seudónimo por la admiración que sentía por el escritor francés Federico Mistral, autor de Mireia. Según, Francisco Fernández del Riego, el seudónimo también fue por el viento, el mistral, que azotaba los campos y barría las nubes al sur de Francia.
La también feminista y diplomática, debido a su excepcionalidad, era considerada “una extraterrestre en su tiempo, esperando a su nave nodriza”, según comentó una vez su compatriota y también escritor Roberto Bolaño. Pese a que recibió un tardío reconocimiento en su territorio natal (nació en Vicuña), ahora se le recuerda como una de las principales escritoras de Chile, junto con Neruda, Parra, Huidobro, entre otros.
Fue además docente y periodista. Colaboró con distintos medios impresos y contrinuyó con la reforma educativa de su país. El compromiso con los demás quedó demostrado cuando en su testamento se leyó que todo lo recaudado por la venta de sus libros sea destinado a los niños menos favorecidos de Chile.
Se dice que mantuvo una relación con la escritora estaunidense Doris Dana, lo cual fue condenado por algunos conservadores. Sin embargo, Dana siempre negó que haya una relación homosexual entre ellas, pese a que algunos escritos de la chilena expresaran lo contrario: “Doris, yo estoy en Estados Unidos por ti. Soy tuya en todos los lugares del mundo y del cielo (…) Tal vez fue locura muy grande entrar en esta pasión”.
Murió el 10 de enero de 1957, a los 67 años, debido a un cáncer de páncreas. Además, ya tenía problemas caridiacos y diabetes.
Mira un documental sobre la poeta:
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Ausencia
Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!
Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban,
en lanzaderas, debajo tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.
Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu recuerdo más fiel ya me borro.
Y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.
Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión que retumba en la noche
como demencia de mares solos!
¡Se nos va todo, se nos va todo!
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