Era 1940, en el Perú gobernaba Manuel Prado, Lima había sufrido un terremoto, y el poder era disputado por comunistas, apristas, conservadores u oligarcas, y militares. La convulsión política y social era evidente, casi lo de siempre, como ahora.
Ese año también se realizó un censo nacional y la cantidad de peruanos ascendía a un poco más de 7 millones de habitantes (35% población urbana y 65% rural), y el mundo vivía el primer año de la Segunda Guerra Mundial. Además, un año después, nuestro país libró una guerra con Ecuador.
En ese escenario el historiador Jorge Basadre recapacita sobre la importancia de la Historia (inculcada sin “erudición estéril”) como asignatura en los centros educativos para que los peruanos conozcan y quieran más a su país, sin repetir los errores del pasado. Asimismo, resalta que las rivalidades entre peruanos “abren cortes horizontales en el alma” y ello no permite la deseada integración.
En este tiempo de polarizaciones, de debates acalorados, de insultos, de discriminación y de ninguneo hacia el otro, reproducimos este artículo[1] del historiador peruano, que se mantiene tan vigente como hace 81 años.
Nuestra actual guerra civil
Escribe: Jorge Basadre
Cuando decimos que el Perú limita con cinco vecinos y que además presenta el flanco de una costa larga y accesible, parece que estamos enunciando una verdad elemental sin mayor trascendencia. Y, sin embargo, meditándola bien, recogiendo las observaciones de la experiencia, de ahí nace un enérgico llamado para la formación de una conciencia de la patria y de una integración nacional. Porque a cada uno de esos cinco vecinos les hemos cedido jirones de territorio y porque la costa larga y accesible más de una vez sirvió de puerta de entrada a la invasión. No se trata de hacer gesticulaciones de melodrama ni de exhumar rencores pasados o mórbidos recelos. Se trata de afirmar únicamente que necesitamos trabajar para que se difunda el “querer existencial nacional” compuesto de cariño, orgullo, comprensión y fe para el propio país. Tal vez porque él no fue demasiado fuerte, tuvimos horas de desgracia en el pasado. Y nada nos dice que el porvenir será idílico en el mundo.
Pero el “querer existencial nacional” no será posible mientras arda la guerra civil en el alma de los peruanos. El desprecio o el encono entre región y región, entre raza y raza, entre clase y clase, abren cortes horizontales en el alma del país para impedir, consciente o subconscientemente, su integración. La elocuente voz de González Prada que se alzó después de la catástrofe del 79, bien pronto cambió sus imprecaciones contra el invasor en imprecaciones contra hombres, ciudades, instituciones y cosas del propio país. Y más tarde, al llegar hasta nosotros los ecos de las tremendas luchas sociales de nuestro tiempo, esa guerra civil espiritual se ha avivado, hasta alcanzar proporciones monstruosas. Agréguese a todo ello cierto “complejo de inferioridad”, cierta voluptuosidad que hay en algunos para zaherir o difamar a determinados aspectos o matices o épocas de nuestra formación histórica y se tendrá una idea mediana de nuestra presente desorientación.
Es curioso anotar que el campo principal donde se libran estas furiosas aunque incruentas batallas es el campo de la historia patria. No solo en libros de investigación y ensayos interpretativos. También en la enseñanza. El alma delicada de nuestros niños y nuestros adolescentes es, a veces, arrastrada a tan inicua tempestad.
Por otro lado, ¿dónde están los refugios o las puertas de escape en la enseñanza de nuestra historia? Colecciones de fechas, listas de nombres, datos escuetos, frívolas anécdotas amueblan por un instante los tiernos cerebros. Al peligro de la pasión mezquina se junta el aburrimiento de la erudición estéril.
Necesitamos una historia del Perú sana y amplia que suscite cariño a la tierra y al hombre peruano de todas las regiones, que suministre o prepare para suministrar una visión orgánica de la formación del país a lo largo del tiempo y de su significado en el mundo y que despierte la conciencia acerca de la común tarea en un destino mejor. En otras palabras, necesitamos una historia del Perú puesta al servicio del querer intencional nacional.
He aquí una misión de los historiadores, de los profesores de historia, autores de textos y demás especialistas de esta materia. La formulación de las proposiciones básicas para una filosofía de la enseñanza de la historia patria como marco o derrotero para la enseñanza misma se halla bajo su responsabilidad.
Hay disciplinas en las que el solo enunciado de cada proposición basta para su debido entendimiento. Nadie puede disentir, por ejemplo, sobre las fracciones de monomios en álgebra, sobre las plantatalofitas o muscíneas en botánica, sobre la litosfera en geografía física, sobre la oración gramatical en castellano. Aquí el problema consiste en ubicar las distintas asignaturas dentro del plan de estudios, en formular programas convenientemente dosificados.
Por encima de estos problemas de detalle está el problema de la metodología. Se abre aquí el debate sobre si el alumno ha de estar en situación “activa” o “pasiva” ante el maestro, sobre el uso de textos y libros auxiliares de consulta, sobre el empleo o la proscripción de apuntes de clase. Sobre la periodicidad y el contenido de las interrogaciones, sobre la objetivación de la enseñanza y sobre el valor de los distintos tipos de pruebas en los exámenes.
Más allá todavía se halla el problema aun más importante de la estructura educacional del Estado, de la división de la enseñanza en distintos ciclos o periodos, de la formación de maestros profesionales, de los requisitos para los planteles de enseñanza y para cursar en ellos y demás cuestiones análogas. Todo lo anterior concierne al sector administrativo de nuestro problema educacional. ¿Cuál es el deber de los profesores? ¿Van a permitir que continúe en la enseñanza de la historia patria el peligro de la pasión mezquina o el aburrimiento del eruditismo estéril? Van a continuar favoreciendo la desorientación, las contradicciones, la anarquía que dicha enseñanza presenta conjunto en el país? ¿Van a continuar descuidando la magnífica oportunidad para tonificar el “querer intencional nacional” mediante una visión orgánica de la formación del país a lo largo del tiempo que desarrolle el cariño a la tierra y al hombre peruano de todas las regiones y la conciencia acerca de la tarea común en el destino nacional?
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