En una conferencia de 1988, Julio Ramón Ribeyro expuso ante el público las posibles razones de por qué una persona se convierte en escritor. A partir de su experiencia, el autor de La palabra del mudo y Los gallinazos sin plumas ensaya las posibles razones que lo empujaron a dedicarse a este oficio. Si bien enumera diversas razones, cuenta que hubo una anécdota que fue crucial en su vida.
A continuación un extracto de la conferencia:
¿Por qué es que una persona llega a ser escritor? Y no médico o abogado o aviador. En fin, tantas ocupaciones y actividades que hay en la vida. Yo siempre me he interrogado por qué motivo en un momento dado decidí o me convertí en un escritor. Y en este caso solamente cabe dar algunas respuestas contradictorias o quizá complementarias.
Por un lado puede decirse que para la vocación literaria existe una cierta predisposición, una predisposición de tipo familiar o una disposición que está escrita en nuestro, para llamarla así, código genético. Cuando yo pienso si han existido presidentes en mi familia de escritores, puedo llegar a la conclusión de que, por vía paterna, por ejemplo, y hasta las generaciones que me han antecedido y que conozco ha habido siempre una tendencia a la actividad intelectual; es decir, durante cinco generaciones por lo menos, existieron mis antepasados paternales. Ejercieron en forma profesional las actividades de tipo intelectual que estuvieron ligadas con las ideas, con la palabra y con la escritura. Es así, por ejemplo, que mi antecesor más lejano del que tengo noticias fue un gallego que vino a Lima a fines del siglo XVIII. Y que según tengo entendido tuvo una librería. Eso indica que estaba en contacto con los libros, que le interesaban los libros y que de alguna u otra forma se interesaba por la literatura.
El hijo de este lejano antecesor, sí ya fue un hombre de letras que llegó a ser rector de la universidad de San Marcos, ministro de Relaciones Exteriores y presidente de la Corte Suprema de Justicia, pero aparte de esto escribió una serie de biografías, de próceres de nuestra independencia y de figuras universitarias. Y escribió también un ensayo sobre la Guerra del Pacifico, que hasta ahora conservo entre mis viejos papeles, pero que es muy difícil de publicar debido a que su letra es absolutamente ilegible.
El hijo de este señor tan notable fue también un hombre de letras que, al igual que su padre, fue también rector de San Marcos, fue también ministro de Relaciones Exteriores y fue también presidente de la Corte Suprema de Justicia. Fue algo así como las vidas paralelas de Plutarco. Y escribió también tratados de Derecho Internacional y sobre todo muchas cartas, unos veinte volúmenes de cartas muy interesantes. Y una famosa polémica contra un teólogo de la época, en la cual demostró ser un hombre extremadamente liberal y muy “en avance” al pensamiento de su época.
Continuando con esta especie de historia familiar, un tío abuelo mío fue un notable periodista que radicó en Francia y que colaboró durante muchos años en periódicos franceses y también en algunos periódicos de Lima. Y que tenía proyectos –por cartas que conservo de él– de libros que pensaba escribir. Incluso tenía un libro terminado sobre música gregoriana, un tema extremadamente sofisticado. Pero todos sus documentos se perdieron, pues este tío abuelo mío murió durante la última guerra en un campo de concentración nazi. Fue capturado por los ocupantes alemanes y llevado a Alemania donde pereció.
Finalmente llegamos a la generación más inmediatamente anterior a la mía, que fue mi padre. Mi padre fue un hombre de una exquisita cultura, de una gran inteligencia y de un amor desmedido y excepcional por la literatura, pero que nunca llegó a escribir por razones personales, de trabajo, familiares y una serie de circunstancias. Hablaba siempre de los libros que quería escribir e incluso nos contó muchas veces los temas de los libros que tenía en mente y que eran por lo general reminiscencias de su juventud, porque perteneció a la generación del Amauta. Fue amigo de Valdelomar, Mariátegui, Haya de la Torre, de Porras. Y estuvo muy vinculado a todo el nacimiento y ese hervor de ideas que existió en esa época de los años 20. Pero por desgracia mi padre murió relativamente joven, a los 47 años, y no pudo llevar a cabo los proyectos literarios que tenía en mente.
Lo que digo está relacionado cuando me preguntaban de dónde viene la vocación literaria, cuáles son sus orígenes, por qué uno es escritor. Hay por un lado, como acabo de tratar de explicarlo, quizá una cierta disposición familiar. Como puede haber en ciertas familias una disposición para la música, una disposición para las matemáticas. Pero esto no es suficiente, debe haber algo más. El otro aspecto es el aspecto de la educación, del ambiente en el cual uno se forma de niño y durante su juventud. Es decir, nos encontramos aquí con el grave problema de lo innato y de lo adquirido. Yo no quiero entrar a una polémica, en una discusión hasta ahora no resuelta sobre qué cosa es lo que predomina o sobre si realmente la combinación de ambos factores es lo que determina el comportamiento de una persona o su vocación y sus actividades; pero en mi caso particular hubo también una enorme importancia del ambiente de mi infancia y de mi adolescencia, puesto que en mi casa existía una excelente biblioteca.
Mi padre, como repito, era un gran aficionado a la literatura y desde muy niño tuve ocasión de tener contacto con libros y con autores. Recuerdo que mi padre tenía la costumbre, cuando llegaba de su trabajo, de convocarnos en el salón de la casa –nosotros teníamos ocho, diez años– y leernos a sus autores preferidos. Y nos leía en voz alta autores y obras que hasta ahora recuerdo perfectamente, y de lo más variadas, desde obras clásicas como El Quijote o poesías de Baudelaire que él mismo traducía directamente del francés. […] O autores ingleses como Chesterton, Oscar Wilde o el libro de jungla, infinidad de autores. En particular también autores franceses, trozos de Flaubert, trozos de Maupassant.
En fin, hubo también en consecuencia, en mi caso, aparte de la disposición familiar a la que he aludido, un ambiente y una educación literaria. Podría concluirse entonces que si yo soy escritor se debe a estos dos factores, pero no, no es solamente eso. No creo que sea eso porque nosotros fuimos cuatro hermanos y si esos dos factores fueran los esenciales, los cuatro hubiéramos sido escritores y, sin embargo, solamente lo fui yo, los otros tres no. Entonces debe haber algún otro elemento que interviene. ¿Cuál sería este elemento?
Quizá este tercer elemento sería simplemente una cuestión de azar, de circunstancias específicas que corresponden a cada individuo, como pueden ser ciertas amistades, o ciertas experiencias muy personales que uno tuvo y que no compartió con los otros. O también cuestiones puramente de azar, un viaje, no se sabe qué, un accidente. En mi caso, yo creo que fue, en particular, lo que acentuó mi tendencia a la literatura, […] mi primer contacto con los escritores de mi generación. Es decir, el saber, el conocer a personas que tenían las mismas inquietudes que yo, los mismos proyectos literarios, el mismo deseo de llegar a ser un escritor. Y ello se produjo cuando entré a la universidad, tanto en la Católica, con entrañables amigos como Carlos German Belli y Leopoldo Chariarse y cuando frecuenté la universidad de San Marcos, donde conocí a Zavaleta, a Washington Delgado, a Luis León Herrera, Alberto Escobar, Paco Bendezú, Pablo Macera, Víctor Li.
En fin, a tantos amigos cuyos nombres en este momento olvido, pero que gracias a cuya compañía y a cuyo aliento se desarrolló o se fortificó en mí mi vocación literaria. Aparte de eso, naturalmente, hubo luego mi viaje a Europa, en el cual este contacto con escritores ya no solamente peruanos, sino de otras nacionalidades, españoles colombianos, mexicanos, me dio la certeza de que pertenecía a una calidad de persona que estaba respaldada por un grupo de escritores que compartían sus mismos intereses y tenían sus mismos proyectos.
En fin, para volver por lo que comencé, aparte de las disposiciones que se podían llamar familiares, aparte del marco social o educacional de la infancia y de juventud. Aparte de los encuentros y de los azares de la vida, lo que determina la vocación de escritor es también algo más porque todo ello no basta, es también la decisión de serlo. Llega un momento en cual uno decide, voy a ser un escritor. En mi caso particular, esta decisión quizá no fue muy tajante, no se produjo en un momento determinado. Fue una decisión que se fue produciendo paulatinamente y que en un momento dado se convirtió ya en una realidad.
Por ejemplo, un incidente para mí muy emotivo y que me convenció un poco de que en realidad debía asumir mi vocación de escritor seriamente y no solamente como un acto de diletantismo, como había sido hasta entonces, fue una experiencia que tuve en Lima. En uno de mis viajes, de mis primeros retornos a Lima, hace ya una quincena de años o más. Cuando llegando a Lima recibí la llamada de un grupo de alumnas de un colegio nacional que querían verme. […] Debían tener entre catorce y dieciséis años y me habían leído, lo cual yo desconocía. Y me pidieron solamente que les dijera algunas palabras. Y les dije unas cosas muy simples, pero que al final de esta pequeña y corta reunión, me entregaron una bolsa de plástico, y en esa bolsa de plástico, cuando la abrí había cantidades de lapiceros y como diez o quince cintas de máquinas de escribir. Y me dijeron “este es un obsequio que le hace la clase para que usted pueda seguir escribiendo”.
Este gesto me emocionó mucho. Me dije, bueno después de todo yo no soy un escritor solitario, ni poco leído, ni desconocido, sino que hay personas que me leen, colegialas, y en consecuencia debo continuar escribiendo. Debo tener presente que se asume cuando uno escribe, cierta responsabilidad, aunque sea para no decepcionar las expectativas de sus lectores. En buena cuenta, estas circunstancias y otras más que no vale la pena por el momento comentar, me convencieron, me reafirmaron, me decidieron a ser realmente un escritor.
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