Por Felipe Revueltas
Un pasaje importante de Cien años de soledad, novela del colombiano Gabriel García Márquez, cuenta la historia de José Arcadio Segundo Buendía y su experiencia en “La masacre de las bananeras”, un evento histórico de Colombia que sucedió en la vida real y que hasta hoy es un misterio porque no se sabe cuántos muertos hubo en esta matanza con ametralladoras.
En la novela, una férrea huelga de trabajadores es reprimida a balazos por el Ejército comandado por el Gobierno que aboga por una empresa bananera. José Arcadio Segundo Buendía corre para salvarse de las balas pero cae herido y despierta en un tren donde estaban cientos que cadáveres. Se presume que a él, al verlo inconsciente y con el rostro sangrando, lo confundieron con un cadáver y lo acomodaron de manera ordenada –como a la bananas– sobre un vagón.
José Arcadio Segundo logra huir lanzándose del tren, y regresa a Macondo. En su primer encuentro con una vecina intenta avisar que fueron miles de muertos cuyos cadáveres estaban siendo trasladados para arrojarlos al mar, como se hacen con las bananas que no sirven, pero la mujer le dice que en Macondo no hubo muertos y que no sabía de lo que hablaba. Para comprobar que no fue un sueño, pregunta en otras casas, pero también le dicen lo mismo, aunque en una de ellas le recibe una mujer que le responde con miedo y le cierra la puerta en la cara.
“La versión oficial, mil veces repetida y machacada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el gobierno a su alcance, terminó por imponerse: no hubo muertos, los trabajadores satisfechos habían vuelto con sus familias, y la compañía bananera suspendía actividades mientras pasaba la lluvia. La ley marcial continuaba, en previsión de que fuera necesario aplicar medidas de emergencia”, se lee en la novela.
Y sigue: “En la noche, después del toque de queda, derribaban puertas a culatazos, sacaban a los sospechosos de sus camas y se los llevaban a un viaje sin regreso. Era todavía la búsqueda y el exterminio de los malhechores, asesinos, incendiarios y revoltosos del Decreto Número Cuatro, pero los militares lo negaban a los propios parientes de sus víctimas, que desbordaban la oficina de los comandantes en busca de noticias. «Seguro que fue un sueño -insistían los oficiales-. En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz.» Así consumaron el exterminio de los jefes sindicales”.
Cuando la cacería continuó y los militares llegan a la casa de José Arcadio Segundo, él no tiene tiempo para huir y espera con resignación sentado al filo de su cama. Sin embargo, al ingresar a la habitación, los militares no notan su presencia, ni alumbrando con sus linternas, y abandonan la casa. Entonces, la idea de que José Arcadio Segundo Buendía murió junto a sus compañeros y fue arrojado al mar, se impone ante todos, hasta de los mismos lectores.
Este extracto de la novela de “Gabo” se me vino a la cabeza porque imagino que muchos peruanos, antes de salir a marchar contra el Gobierno de Dina Boluarte (bien llamada Dina “Balearte”), piensan en las grandes posibilidades de que les pase algo malo; sin embargo, deciden ir a protestar pesar del riesgo, a pesar de la represión desproporcionada, a pesar del fratricidio que se está cometiendo. Y otros, sobre todo los que protestan fuera de Lima, regresan a sus casas y necesitan –como José Arcadio Segundo– que alguien los vea y les hable para convencerse de que aún viven.
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