Si preguntamos quién es Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (1904-1973), quizás solo algunos cuántos responderán con acierto. Sin embargo, si preguntamos por Pablo Neruda, todos o casi todos levantarán la mano para decir la respuesta ganadora: “Pablo Neruda fue un poeta chileno ganador del Premio Nobel de Literatura, famoso por sus versos que fueron traducidos a decenas de idiomas y, además, fue un político miembro del Partido Comunista de su país”.
Por muchos años Neruda ocultó el origen de su seudónimo. Incluso algunos ensayaron algunas teorías sobre todo porque el poeta respondía con evasivas. Hasta hoy, si rebuscamos en la web, algunos todavía plantean algunas hipótesis sobre el origen de dicho nombre, pese a que el mismo poeta ya había explicado el origen.
En su libro Confieso que he vivido (1974), el chileno cuenta por qué se cambió a Pablo Neruda. La verdad era muy simple y quizás por esa “simpleza” muchos creen que la revelación del mismo poeta no es tan cierta.
Neruda, según confiesa, se puso ese nombre para poder publicar sus primeros escritos sin que su padre, José del Carmen Reyes Morales, se enterara porque este no deseaba un artista en la familia. Eligió Neruda porque leyó ese nombre en una revista, se trataba de Jan Neruda, escritor checo a quien el poeta chileno ni siquiera había leído.
A continuación, la confesión del mismo poeta:
¿Por qué Neruda?
La sal del mundo se había reunido en México. Escritores exiliados de todos los países habían acampado bajo la libertad mexicana, en tanto la guerra se prolongaba en Europa, con victoria tras victoria de las fuerzas de Hitler que ya habían ocupado Francia e Italia. Allí estaban Ana Seghers y el hoy desaparecido humorista checo Egon Erwin Kish, entre otros. Este Kish dejó algunos libros fascinantes y yo admiraba mucho su gran ingenio, su infantil entretenimiento y sus conocimientos de prestidigitación. Apenas entraba a mi casa se sacaba un huevo de la oreja, o se iba tragando por cuotas siete monedas que bastante falta le hacían al pobre gran escritor desterrado. Ya nos habíamos conocido en España y como él manifestaba la insistente curiosidad de saber por qué motivo me llamaba yo Neruda sin haber nacido con ese apellido, yo le decía en broma:
-Gran Kish, tú fuiste el descubridor del misterio del coronel Redl (famoso caso de espionaje acaecido en Austria en 1914), pero nunca aclararás el misterio de mi nombre Neruda. Y así fue. Moriría en Praga, en medio de todos los honores que alcanzó a darle su patria liberada, pero nunca lograría investigar aquel intruso profesional por qué Neruda se llamaba Neruda.
La respuesta era demasiado simple y tan falta de maravilla que me la callaba cuidadosamente. Cuando yo tenía catorce años de edad, mi padre perseguía denodadamente mi actividad literaria. No estaba de acuerdo con tener un hijo poeta. Para encubrir la publicación de mis primeros versos me busqué un apellido que lo despistara totalmente. Encontré en una revista ese nombre checo, sin saber siquiera que se trataba de un gran escritor, venerado por todo un pueblo, autor de hermosas baladas y romances y con un monumento erigido en el barrio Mala Strana de Praga. Apenas llegado a Checoslovaquia, muchos años después, puse una flor a los pies de su estatua barbuda.
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