in

Reseña y análisis de “El amor en los tiempos del cólera”, por Marco Martos

“‘El amor en los tiempos del cólera’ es una sabia novela de amor, la más sabia que se ha publicado en castellano en lo que va del siglo, y sus homólogos son, si es que hay que buscarlos, ‘Anna Karenina’ de Tolstoi y ‘Madame Bovary’ de Flaubert”.

Composición: Cultura Impaciente

García Márquez: intensidad y sabiduría del amor

Escribe: Marco Martos*

Que las obras impresas se miran despacio y tanto más se escudriñan cuanto es mayor la fama del que las compuso, es una verdad conocida de todos desde que Cervantes escribió su segunda parte del Quijote y dejó la frase en boca del bachiller Sansón Carrasco. De este modo ha sido leído El amor en los tiempos del cólera (1) de Gabriel Garcia Márquez: con lupa, con gozo pero con lupa, con lupa solamente. ¿Y el disfrute solo? Ha quedado para los miles y miles de lectores que no son ni críticos literarios ni comentaristas y que acuden a los lugares más insólitos, una gran tienda de comestibles o la bodega del barrio, para adquirir un ejemplar del escritor más popular de América Latina.

I

¿Mediante qué mecanismos logra García Márquez la aceptación prácticamente unánime de sus lectores? La novela está construida dentro de un andamiaje de la retórica tradicional. Esto quiere decir que responde a la idea previa de novela que traen los lectores, absolutamente todos los lectores. Inclusive los críticos literarios de ideas más de avanzada, en lo que a técnica se refiere, tienen introyectada la imagen de la novela tradicional y conocen, unos más, otros menos, los recursos literarios que emplearon los grandes maestros del XIX: Tolstoi, Dostoievski, Lérmontov, Flaubert, Balzac, Stendhal. Con una sabiduría total, García Márquez hace suyos estos recursos, los dosifica de tal modo que no llamen la atención en sí mismos y nos entrega una hermosa historia tradicional: el amor de dos hombres, Florentino Ariza y Juvenal Urbino, por una misma mujer, Fermina Daza. La técnica anticipatoria, que tan bien domina García Márquez, como recordarán los lectores de Crónica de una muerte anunciada, esa nunca bien suficientemente ponderada joya literaria, contribuye a dar una atmósfera mítica de tiempo continuo a toda esta hermosa historia que abarca prácticamente toda la vida de los protagonistas y que invita a lo largo de sus páginas no sólo al disfrute mondo, ni únicamente a las puras observaciones literarias, sino también a la reflexión que procure explicar —empeño inútil como casi todas las empresas humanas— la entretela misma de ese misterio que llamamos amor.

II
Florentino Ariza y Juvenal Urbino, gracias al azar de la pasión común, serán como dos animales uncidos a un mismo yugo, cara y sello de una misma moneda: el amor adolescente, eternamente conservado en sus principios, en sus cartas de amor, en sus largas esperas, en los diminutos éxitos, en los derrumbes finales; y el amor conyugal, cercado por el tedio, de hábitos precisos, de silencios, de pleitos y separaciones, de infidelidades, de hijos: de tiempo transcurrido. Uno de los amores, el de Florentino Ariza, es absolutamente arbitrario, no tanto en sus comienzos, cuanto en su continuidad, a lo largo de más de cincuenta años. Por eso parece grotesco a los jóvenes, que no admiten que los viejos, cuando quieren, son jóvenes o toman la apariencia de jóvenes. Florentino Ariza apenas si evoluciona a lo largo de los años; de algún modo puede decirse que permanece inmaduro en sus afectos. Es el adolescente que se niega a ser adulto, y cuando, por el inevitable paso del tiempo, lo es, encuentra pobres sustitutos a su apetencia de amor infinito por Fermina Daza: goza ya no enviándole cartas de amor como en los años mozos, sino escribiendo las cartas de amor de jóvenes enamorados que se lo solicitan, como quien cumple una penitencia acusándose inconscientemente de no haber alcanzado el cielo, es decir, a Fermina Daza. El tratamiento del personaje es tierno, y esa ternura que García Márquez le tiene a Florentino Ariza disimula un poco lo estrambótico de este personaje que es incapaz de alcanzar a su propia dama.

Pero no solamente eso: aquello que García Márquez llama, apropiadamente, “amor de cama” toca con su daga a este Dante provinciano, lo transfigura, lo humaniza, lo hace más real. Florentino se había conservado virgen para su dama y, en la ocasión más impensada, es prácticamente violado por una desconocida; descubre así los placeres carnales e inicia una serie de aventuras que no dejan huella en su personalidad esquizoide: él se debe en cuerpo y alma a Fermina Daza. Que García Márquez ha planificado con cuidado científico esta novela puede ejemplificarse con las variaciones que sobre el tema de la conquista se van presentando en las historias; son como pequeños acordes del gran telón de fondo que es el amor por Fermina Daza, aunque en estas aventuras nunca Florentino compromete su corazón.

Los aficionados a las cábalas y a las coincidencias literarias en materia de amor pueden encontrar inesperados momentos de deleite si se compara cada uno de los amores de Florentino Ariza con los de la tradición literaria. Florentino es obviamente el equivalente de Dante, y Fermina el de Beatriz. El amor entre ellos es un amor adolescente, un amor que se niega a madurar, pero cada uno de ellos madura independientemente del otro. Fermina junto a Juvenal Urbino, su marido, un médico, un notable de la ciudad; Florentino madura a trompicones, como un adolescente que se va haciendo viejo a su pesar y se va llenando de aquello que los folletines llaman bajas pasiones.

Mientras que su relación con el doctor Urbino es circunstancial, distante y respetuosa, visto que aquel tenía la sabiduría de haberse enamorado de una mujer tan digna como Fermina Daza, su respeto por otros maridos es prácticamente inexistente. Por eso la historia de la palomera Olimpia Zuleta es reveladora. En una ocasión, Florentino vio corriendo de un lado para otro a una muchacha que había perdido la sombrilla y fue gentil con ella. Después se enteró de que era casada y que criaba palomas, y, aprovechando la ausencia del marido, escuchó la voz del diablo e inició un cortejo lento pero de final gratificante, usando las palomas como mensajeras de amor. Ganada la palomera, en un momento de inspiración insólita y usando pintura roja, Florentino le pintó una inscripción obscena en el pubis; ella olvidó lavarse y el marido encontró la leyenda y la degolló. Los conocedores de literatura española recordarán la historia de Pitas Payas que aparece incluida en El libro del buen amor del Arcipreste de Hita.

III
El efecto literario que se consigue con todas las historias de amor bastardo de Florentino Ariza es complementar de modo adecuado lo evanescente del personaje, que siempre está en peligro de parecer inverosímil. Y con todo lo real maravilloso que es y ha sido García Márquez, justo es reconocerle el enorme mérito de introducirnos en lo fantástico, como si eso fantástico fuese real-real. Burlador de maridos, seductor de viudas y adolescentes, es lo más alejado que puede pensarse de un eterno enamorado, pero esa extraña mixtura, esa unión de contrarios, es justamente la que logra García Márquez en la novela, y a esa suma de contrarios debemos por lo menos un tercio del interés que nos provoca la novela.

El doctor Juvenal Urbino está también tocado por la fiebre de amor, pero su amor es de otra laya. Mientras Florentino lleva el sello del eterno enamorado, el doctor Juvenal tiene la capacidad adulta de integrar sus afectos a sus otras actividades. En él y en Fermina, su mujer, se da todo el arco múltiple de las relaciones humanas, eso que se llama en la conversación cotidiana, vida vivida y compartida: un amor que comienza en la adolescencia y termina en la vejez y que tiene todos los meandros y las turbulencias de esos ríos que, lentos a veces, rápidos otras, van a dar en la mar que es el morir, como quería Jorge Manrique.

Sin embargo, la mano maestra de García Márquez no hace de la vida de Juvenal Urbino y Fermina Daza una marcha interminable de orden, de quereres, de hijos, de paciencia y de tedio. El fuego del amor, el amor adolescente, tiene también su lugar, y no solamente en los comienzos. El cortejo del doctor Urbino tiene algo de elemental, de infantil, de adolescente. También él, como un púber, como el propio Florentino Ariza, tiembla frente a la mujer amada y su amor es instantáneo cuando tiene que hacerle una auscultación médica la primera vez que se ven; también parece un niño cuando recurre al procedimiento de intercalar sílabas sin significado con Hildebranda, la prima de Fermina, para así llamar la atención de la que después sería su mujer.

También el doctor Juvenal Urbino parece un adolescente cuidadoso en su noche de bodas, cuando, sin dar lugar a la pasión, se la pasa hablando con su mujer para quitarle amorosamente el miedo y la tensión frente a lo desconocido. Y cuando llega la hora del tedio matrimonial, Juvenal Urbino reacciona con elegancia diciendo, por ejemplo, que se necesitarían dos esposas, una para quererla y otra para que pegue los botones. Y más adelante, cuando otra mujer llama su atención, Juvenal Urbino tiene una culposa aventura que se apresura a dar término aun antes de que Fermina diga algo por el extraño olor que emanan sus ropas.

El tedio matrimonial cada quien lo resuelve a su modo. El doctor Urbino hace muchas cosas, demasiadas quizás, aparte de curar enfermos; Fermina Daza quiere a su marido, y ese querer es bastante trabajo en la sociedad patriarcal de principios de siglo que describe García Márquez, pero además cuida a los hijos de ambos y es la mujer que llama más la atención en la ciudad y permanece no indiferente sino ignorante de la pasión que continúa viva en el corazón de su primer enamorado, Florentino Ariza.

Y este es el quid de la novela, la cuestión de fondo: la pasión de Florentino Ariza no tiene ningún asidero en la realidad, es el amor más auténtico y más raro: se sostiene porque sí; no se da a cambio de nada, no es interesado ni egoísta: es pura gratitud, un agradecimiento a la otra persona por el simple hecho de existir. En el sentido más profundo y, naturalmente, más difícil de probar, hay un soplo divino en este amor absurdo y grotesco de Florentino Ariza por Fermina Daza. Es ese hecho, intuido por la mayor parte de los lectores, que está de otro lado tan difundido porque la mayor parte de los seres humanos lo hemos sentido por lo menos una vez en nuestras vidas, el que confiere un interés universal a la novela: de algún modo algo de nosotros, recóndito, está ahí retratado.

García Márquez ha tocado un arquetipo universal. A través de Fermina Daza, Florentino Ariza, Juvenal Urbino y los personajes que los acompañan, se ha referido al tema que más interesa a la gente de todas las latitudes: el amor, el afecto, que es lo que más escasea y lo que más se anhela, salvo error u omisión.

COLOFÓN

A raíz de la publicación de la novela, se le viene comparando con Cien años de soledad, y a Cien años de soledad se le compara con El Quijote, con todo el peso de la tradición que eso significa. A nuestro juicio, El amor en los tiempos del cólera es una sabia novela de amor, la más sabia que se ha publicado en castellano en lo que va del siglo, y sus homólogos son, si es que hay que buscarlos, Anna Karenina de Tolstoi y Madame Bovary de Flaubert. Ciertamente, cuestiones mayores de la literatura universal.

 

___________________________________

* Revista El zorro de abajo, número 4. Lima, marzo de 1986.
(1) Editorial Oveja Negra. Bogotá 1985. 473 pp.

 

Comentarios de Facebook

Acusan a diseñadora de apropiación cultural: no quiso pagar por conocimientos de comunidad indígena

Basadre sobre Bolívar: “Sin el Libertador, el triunfo decisivo de los patriotas no hubiera sido posible”