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Basadre sobre Bolívar: “Sin el Libertador, el triunfo decisivo de los patriotas no hubiera sido posible”

En el siguiente artículo, el historiador Jorge Basadre narra cómo fueron los últimos días de Simón Bolívar en el Perú, antes de salir de nuestro país para no regresar jamás

 

Simón Bolívar
(Caracas, 1783-San Pedro Alejandrino, 1830)

Escribe: Jorge Basadre*

 

El Libertador llegó al Callao el 10 de setiembre de 1823. Afrontó momentos muy difíciles que llegaron a ser amenazantes, desesperados, pavorosos. La opinión pública no es una cosa estabilizada o permanente. Ella puede fluctuar bajo el hechizo de esperanzas, temores, histerias o confusiones sucesivas o coincidentes. En muchos de los que creyeron asegurada la Independencia cuando San Martín entró en Lima aparecieron luego la vacilación o el desengaño; no pocos desertaron; otros intentaron adoptar una actitud nueva que la gravedad del momento no hacía viable; algunos se apartaron. La guerra resultó, contra lo que podía esperarse después de sus primeros episodios, larga, cruel, devastadora y difícil. Los jefes del ejército del Virrey probaron su capacidad extraordinaria; y, al mando de ellos, el soldado indígena del sur y del centro demostró las altas cualidades que algunos le negaron más tarde. A los problemas en la lucha contra ellos se agregaron las hondas rencillas y las menudas intrigas endémicas dentro del bando patriota. Siempre ocurre que la ansiedad y el miedo, cuando no la pasividad, predominan dentro de las grandes mayorías en los momentos críticos de las revoluciones decisivas.

Ellas se salvan o se pierden, fundamentalmente, en el primer caso porque existen y en el segundo porque no emergen los grandes jefes. Al estudiarlas con objetividad, se constata que, en el fondo, son obra de una minoría encabezada por un gran conductor, a veces un conductor genial. Y ese genio fue, en el desgarrado Perú de 1823 y 1824, nadie menos que Bolívar. Sin el Libertador, el triunfo decisivo de los patriotas no hubiera sido posible.

Bolívar decidió viajar a Colombia a mediados de agosto de 1826, con motivo de los sucesos ocurridos en esa República. Los esfuerzos hechos en Lima para retenerlo fueron múltiples. El vecindario de San Lázaro se presentó en la calle de Palacio el día 13 con ruidosa música y el cura a la cabeza; luego llegaron gentes de otros barrios en tropel, para pedir a gritos que el Libertador no se marchara. Oyéronse voces que decían: “Saldrás hollando nuestros pechos y nuestros hijos, destruyendo la vida que tú nos has conservado”. Bolívar ofreció contestar en el plazo de una semana.

Ese mismo día 13, la Municipalidad expresó idénticos sentimientos áulicos y renovó la súplica para que el Libertador se quedara en el Perú. Al día siguiente se pronunciaron en el mismo sentido la Corte Suprema, la Corte Superior, el Cabildo Eclesiástico, los generales y jefes del ejército, el Consulado, la Universidad, el Protomedicato y otros individuos y corporaciones. Se llegó a decir entonces que si el Perú perdía a su padre, serían inevitables su ruina, la pérdida de su libertad, la anarquía y todos los males. El 15, con ocasión de la fiesta de la Virgen, hubo una manifestación que fue de la Catedral a Palacio, con las corporaciones, muchos ciudadanos prominentes y hasta señoras y señoritas. Bolívar habló cortésmente acerca de su deber estricto y urgente de prevenir la posible disolución de Colombia. Hubo limeñas que insistieron en su pedido y él contestó entonces: “Señoras, el silencio es la única respuesta que debía dar a esas palabras encantadoras, que encadenan no sólo el corazón sino también el deber. Cuando la beldad habla, ¿qué pecho puede resistirse? Yo he sido el soldado de la beldad porque he combatido por la libertad, que es bella, hechicera y lleva la dicha al seno de la hermosura, donde se abrigan las flores de la vida. Pero mi patria… ¡ah, señoras!… Yo me lanzaré no sólo a los campos de batalla, sino también a defender todo lo que pisan los pies de las diosas peruanas”. Cundió la voz: ¡el Libertador se queda!, se propagó el júbilo, hubo repiques de las campanas de las iglesias y las fiestas terminaron con un baile en Palacio.

Coincidieron estas demostraciones, que acaso no eran totalmente espontáneas, con la reunión del colegio electoral de la provincia para resolver acerca de la adopción de la Carta Vitalicia (16 de agosto). Después de emitir su sufragio a ella, se dirigieron los electores a Palacio. Bolívar ensalzó la Carta, la llamó obra de los siglos que reunía las lecciones de la experiencia y los consejos y opiniones de los sabios y dijo en seguida, refiriéndose a su propia designación como Presidente vitalicio: “El Perú cuenta con hombres eminentes capaces de desempeñar la suprema magistratura; a ellos toca, no a mí, el obtenerla. Así, no puedo encargarme de ella. Me debo a Colombia; y si ella me lo permitiese, consultaré aun mi conciencia sobre la sanción con que me habéis colmado de honor, pues yo estoy encadenado a servir al Perú con cuanto penda de mí mismo”.

Extraordinarios caracteres alcanzó poco tiempo después la celebración del aniversario de su llegada al Perú. Toda una quincena fue empleada en los preparativos. El 10 de setiembre estaban decoradas la alameda de los Descalzos y las calles que de Palacio llevaban a ese paseo; el centro de él parecía un salón y lujoso pórtico llenaba la entrada. Una mesa opíparamente servida aguardaba a los invitados principales y el retrato de Bolívar la presidía; en la avenida de Amancaes habían sido colocadas otras dos mesas con abundantes provisiones, según el uso del país, para los asistentes de menor importancia. A las tres de la tarde se dirigió el Libertador al lugar del agasajo entre músicas, repiques y vítores, acompañado de las corporaciones, de prominentes personajes y de un grupo de señoras, pisando flores y recibiendo perfumes. Los homenajes oratorios que el cura de San Lázaro y otros clérigos le tributaron entonces superaron a los que habían recibido los virreyes. En la noche hubo un baile en la Municipalidad.

Se retiró el Libertador secretamente de esta fiesta y se dirigió al Callao para embarcarse en el bergantín Congreso, que se dio a la vela al amanecer del 4 de setiembre.

En su proclama al partir, escribió: “Concebí la osadía de dejaros obligados, mas yo cargo con el honroso peso de vuestra munificencia. Desaparecen mis débiles servicios delante de los monumentos que la generosidad del Perú me ha consagrado; y hasta sus recuerdos irán a perderse en la inmensidad de vuestra gratitud. Me habéis vencido”. (3 de setiembre). Dejó en Lima al Consejo de Gobierno integrado, según ya se ha dicho, por Santa Cruz como Presidente, Larrea y Loredo y Pando, a los que se agregó Heres.

Encontró en su patria la discordia y la intriga. Desde Popayán, ya el 26 de octubre, escribió a Santa Cruz, abierto a la idea de que los peruanos se gobernaran por sí mismos. Resume esta carta un espíritu nacionalista, a la vez que generoso: “Yo tengo demasiadas atenciones en mi suelo nativo, que he descuidado largo tiempo por otros países de la América; ahora veo que los males han llegado a su exceso y que Venezuela es la víctima de mis propios sucesos; no quiero merecer el vituperio de ingrato a mi primitiva patria. Tengo también, en consideración, la idea de conciliar la dicha de mis amigos en el Perú con mi gloria particular. Ustedes serán sacrificados si se empeñan en sostenerme contra el conato nacional. Yo, pues, relevo a ustedes y a mis amigos los ministros del compromiso de continuar en las miras que habían informado. Yo aconsejo a ustedes que se abandonen al torrente de los acontecimientos patrios, y que, en lugar de dejarse sacrificar por la oposición, se pongan ustedes a la cabeza y en lugar de planes americanos adopten ustedes designios puramente peruanos…”. No obstante esta carta, los preparativos para implantar la Constitución vitalicia prosiguieron.

Todavía no había llegado, sin embargo, la hora en que Bolívar exclamara: “No hay fe en América ni entre los hombres ni entre las naciones. Los tratados son papeles, las Constituciones libros, la libertad anarquía, las elecciones combates, y la vida un tormento. No pudiendo nuestro país soportar ni la libertad ni la esclavitud, mil revoluciones harán necesarias mil usurpaciones”.

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* El texto fue recogido en el libro Peruanos del siglo XIX, de Jorge Basadre. Ediciones Rikchay Perú, Lima, 1981.

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