
Con un estilo mordaz, el reconocido periodista César Hildebrandt destripa y expone las vísceras de la carta magna del Perú para resaltar que lo escrito en dicho documento no es respetado en la realidad o se termina haciendo todo lo contrario.
La Constitución Política del Perú, tantas veces parchada, irrespetada, cambiada a conveniencia y citada también muchas veces solo por conveniencia, es uno de los documentos que dirige el presente y futuro del país, pero también es uno de los más polémicos debido a su origen.
Hildebrandt escribió esta columna de opinión en el 2007, y hoy está más vigente que nunca.
Un libro muy cómico
Autor: César Hildebrandt*
El libro que podría haber firmado Sofocleto, que podría haber escrito Nicolás Yerovi, que merecería la rúbrica de Federico More, el libro más chistoso de estos reinos y páramos amenazados se titula Constitución Política del Perú. Es para matarse de risa.
Dice, por ejemplo: «El Estado propicia el acceso a la cultura y fomenta su desarrollo y difusión» (artículo segundo, inciso 2). Carcajada estruendosa. Recordemos los impuestos jamás derogados para los libros.
Dice también este evangelio de comediantes: «El Estado reconoce y protege la pluralidad étnica y cultural de la Nación. Todo peruano tiene derecho a usar su propio idioma ante cualquier autoridad mediante un intérprete» (artículo segundo, inciso 19). Risa zanjuda de Martha Hildebrandt.
Fabula así este mamotreto que supera a Ña Catita: «Toda persona es considerada inocente mientras no se haya declarado judicialmente su responsabilidad» (artículo segundo, inciso 24). Risas de los medios de comunicación, que reservan la frase «supuesto delito» solo para los casos que involucran al blanquiñosismo. Porque todos los negros, indígenas y cholos son, de frente y con foto del Reniec, culpables de lo que la Policía tenga a bien.
Más humor de sal gruesa: «Los medios de comunicación social deben colaborar con el Estado en la educación y en la formación moral y cultural» (artículo 14). Pepe Olaya y Augusto Bressani acataron ese mandato casi al pie de la letra.
Siguen los chistes: «El Estado determina la política nacional del ambiente. Promueve el uso sostenible de sus recursos naturales» (artículo 67). ¡Pero si la única entidad que podía hacer algo al respecto (la Conam) ha sido desactivada por el billetón de los mineros! Y el Inrena sirve para sacar las últimas caobas.
Digno de Camotillo —a la luz de lo de Majaz— es el artículo 68: «El Estado está obligado a promover la conservación de la diversidad biológica y de las áreas naturales protegidas».
Firmable por Carlín es este juramento: «El Estado promueve el desarrollo sostenible de la Amazonía con una legislación adecuada» (artículo 69). ¡Pregúntenle a Carranza, y se revolcará sobre la alfombra de puras risotadas!
Pero aquí viene lo mejor: «El Estado apoya preferentemente el desarrollo agrario» (artículo 88). Chaplin es un adefesio. Groucho Marx es aburrido ante esta epopeya de la carcajada.
Y la cereza en el helado quizá sea esta: «Las comunidades campesinas y las nativas tienen existencia legal y son personas jurídicas. Son autónomas en su organización, en el trabajo comunal y en el uso y la libre disposición de sus tierras, así como en lo económico y lo administrativo, dentro del marco que la ley establece. La propiedad de sus tierras es imprescriptible, salvo en el caso de abandono previsto en el artículo anterior. El Estado respeta la identidad cultural de las comunidades campesinas y nativas» (artículo 89).
¡Peligro de ahogamiento por tanta risa! La Constitución Política del Perú es un libro de humorismo involuntario, cinismo en ristre, sarcasmo por toneladas. Es el libro más chistoso que se haya escrito en la literatura peruana. La Constitución Política del Perú debería llevar la firma del Guasón.
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