Escribe: Miguel Pachas Almeyda*
España fue la patria de exilio, cumbre política y cima literaria de César Vallejo en la Europa de entreguerras. El amor que tuvo por España le vino de nacimiento: desde su niñez, y en su trajinada existencia, como buen prototipo de mestizo hispanoamericano, supo cultivar costumbres, así como creencias religiosas enmarcadas en un catolicismo heterodoxo. En plena Guerra Civil Española, cual “miliciano de huesos fidedignos”, asumió un compromiso político con la España Republicana, al punto de acercarse hasta el mismísimo campo de batalla, para luego escribir, entre sus ardores, España, aparta de mí este cáliz, todo un himno en defensa de la tierra que vio nacer a sus ancestros. En síntesis, y de manera concluyente, la presente investigación tratará de demostrar que si bien Vallejo tuvo un corazón indígena, su alma fue española.
¿Cómo se explica lo hispano en un hombre nacido en un pueblo andino como Santiago de Chuco? ¿ Qué características españolas eran propias en la personalidad del poeta? ¿De qué manera influyó su raigal hispanidad en su obra cenital? Tal como sabemos, los dos abuelos de Vallejo fueron sacerdotes españoles: José Rufo Vallejo y Baltazar Joaquín Mendoza. De acuerdo con las investigaciones, José Rufo Vallejo estuvo siempre cerca de sus hijos: Ignacia Natividad y Francisco de Paula Vallejo Benites. Para evitar las murmuraciones y señalamientos de los pobladores de Santiago de Chuco, partió hacia Pallasca, una provincia ubicada actualmente en el departamento de Áncash, y desde allí tuvo mayor contacto con ellos, apoyándolos en sus estudios secundarios en la ciudad de Trujillo. Este acercamiento conllevó necesariamente, directa o indirectamente, a la transmisión de algunas costumbres y creencias hispánicas que el padre del poeta supo transmitir a su familia. A su muerte, en 1863, luego de cumplir 34 años de servicios clericales en el Perú, el abuelo Vallejo dejó como herencia no solo una cierta cantidad de dinero y algunos terrenos en las afueras de Santiago de Chuco, sino una implementada biblioteca con obras religiosas, escritas en su mayoría en lengua latina; así como efectos personales, como sus hábitos sacerdotales, que Francisco de Paula se encargó de guardar y proteger.
Es interesante señalar que de los 12 hijos de don Francisco de Paula con María de los Santos, los padres del poeta, 3 tuvieron un marcado fenotipo español (Víctor Clemente, Manuel Natividad y Victoria Natividad) y los demás expresaron con mayor fuerza su mestizaje, aquel que Vallejo llevó con orgullo durante toda su existencia, y por el que sus amigos lo llamaron cariñosamente el “Cholo”.
Si el aspecto genético nos habla de la línea ancestral del poeta, necesario es averiguar su personalidad a la luz de lo que era y es un hombre proveniente de la tierra que vio nacer a Miguel de Cervantes. Vallejo tenía del español un seseo característico, ese espíritu contradictorio, la melancolía y una forma abrupta de caer en el silencio y, sobre todo, una obsesión incesante por la muerte, pero al mismo tiempo tenía grandes deseos de vivir la vida a plenitud. Otras características vienen a ser su gregarismo o semigregarismo, el amor por la familia y el sumo cuidado de su apariencia (Thomas 1968: 10-114).
Vallejo habló el castellano, predominantemente, y utilizó algunas palabras del quechua como tahuashando en el poema “Hojas de ébano”, palabra que significa “de cuatro en cuatro” (Ángeles 1993:149). En una fotografía, tomada en 1911, se observa que la familia usaba ropas muy al estilo español. Y esa fue también una costumbre del poeta, llamando la atención porque solía vestirse con sobriedad y pulcritud. Por último, la religión católica fue preponderante en su niñez, y decía muchas veces a sus padres que iba a ser obispo y que llevaría una mitra en la cabeza (Espejo 1965:23); deseo que no desapareció de sus recuerdos y lo tradujo muchos años después en Trilce XLVII: “y por mí que sería con los años, si Dios / quería, Obispo, Papa, Santo…” (Vallejo1991:347). En este sentido, Vallejo hizo suyas algunas costumbres y creencias españolas (también andinas), que influyeron definitivamente en su particular cosmovisión, permitiéndole interpretar su propia naturaleza y al mundo que lo rodeaba, y definió su óptica en los aspectos políticos, económicos, religiosos y filosóficos.
Empero, ¿de qué manera influyó su raigal hispanidad en su obra cenital? Desde la etapa inaugural de su poesía, con el poema “Soneto”, publicado el 6 de diciembre de 1911 en la revista “El Minero Ilustrado”, N° 782, en Cerro de Pasco, hizo patente su filiación española (además de la indígena), pues tenía una suprema admiración por los más grandes representantes de la literatura hispana, en especial, del Siglo de Oro. Según Ricardo González Vigil, es posible observar en esta composición poética no solamente las huellas de la poesía pastoril, sino también su predilección por el endecasílabo del Siglo de Oro español (que prevalecerá en Trilce, Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz) en lugar del alejandrino que encumbraban los poetas modernistas (Vallejo 2005:90). Según Antenor Orrego, amigo y mentor del poeta, Vallejo escribió sus primeras composiciones imitando a Lope de Vega, a Tirso de Molina, a Luis de Góngora y a Garcilaso de la Vega, pero, después de recibir el veredicto del propio Orrego, las destruyó completamente (Orrego 1989:44).
Esta filiación española se cristalizó con mayor fuerza en su tesis “El romanticismo en la poesía castellana”, con la que obtuvo el grado de Bachiller en Letras en la Universidad de Trujillo, en 1915. En este trabajo de investigación señaló que la sensibilidad y el espíritu pasional sublevante eran los rasgos fundamentales de la raza española; los que unido a la “belleza exuberante” de su medio natural, conformaba el escenario, la fuente vital, de las más altas y sublimes inspiraciones.
Sostuvo que Quintana, Espronceda y Zorrilla eran los más altos representantes del romanticismo español. Si Quintana era el fundador de la escuela, José de Espronceda era “el hombre tipo del Romanticismo”, y destacó de José Zorrilla la corriente romántica que nutría sus obras dramáticas y legendarias. Según él, en el autor de El diablo mundo, subyacía “el alma de su raza y es la genuina expresión de la latinidad ibérica del siglo que se debatía en luchas de todo género, social, político y filosófico”. Finalmente, afirmó que el romanticismo había influenciado de manera directa en la poesía latinoamericana, como consecuencia de las ligazones que la unían a España. Tal es el caso de la literatura peruana del siglo XIX, impregnada de un “perfecto romanticismo”, cuyas influencias provenían de Zorrilla y Espronceda (Ballón 1984:52-90).
Después de partir a Francia en 1923, su acercamiento a España fue inevitable. El mes de octubre de 1925 llegó por primera vez a la patria de su admirado Lope de Vega, con la intención de acceder a una beca en la Universidad de Madrid. No obstante, antes de arribar a esta ciudad capital, el periodista español Luis Astrana Marín se encargó de brindarle un mal recibimiento, escribiendo en su artículo “Los nuevos vates de allá” publicado en El Imparcial, de Madrid: “Otro no menos ilustre, que se firma tal César A. Vallejo llega también de tierras americanas en volumen que intitula Los heraldos negros. Ese César ha creído que venir a España, ver y vencer sería todo uno”. Luego de analizar algunos poemas, manifestó en tono burlón: “¿Lo sospecha nadie? Un poeta metido a panadero, a quien se le quema el pan en la puerta del horno no se le ve todos los días” (Pinto 1981:15-18).
Acostumbrado a las críticas desde su estancia en Lima, le respondió a Astrana en su artículo “Entre Francia y España”, publicado el 1 de enero de 1926 en la revista Mundial: “Al revés de lo cree el señor Astrana Marín, yo no he puesto aún pie en la villa y corte. De España apenas he conocido hasta ahora, la verde y horaciana Santander. Es recién ahora que voy a Madrid, por la primera vez, señor Astrana”. Una alegría inmensa se apoderó de él al encontrarse muy cerca de la tierra que vio nacer a sus abuelos sacerdotes, la que en consecuencia, también hacía suya: “Voy a mi tierra, sin duda. Vuelvo a mi América Hispana, reencarnada por el amor del verbo que salva las distancias…”. Finalmente, le aclaró al crítico literario español: “Yo no voy a llegar, ver y vencer’, como usted cree. Si hay alguna parte en este mundo, donde ha de triunfarse no será por cierto Madrid el más indicado”. No obstante, al llegar a Madrid (de acuerdo con el artículo “Wilson y la vida ideal en la ciudad”, publicado el 5 de febrero de 1926 en la revista Mundial, N° 295) no solo le pareció que era la ciudad más original de Europa, sino que le sorprendió que a diferencia de otras capitales como París, Londres, New York y Berlín, la modernidad no había deshumanizado a la gente, y que era, según consideraba, un lugar en el que nadie podía morir de miseria (Vallejo 1987:81-85).
Como todo periodista crítico y acucioso, muy pronto evaluó el liderazgo de los hombres de letras de habla hispana. En el artículo “Estado de la literatura española”, publicado en julio de 1926 en la revista Favorables París Poema, que editó con Juan Larrea, anunció que en España y en América existía una total ausencia de líderes escritores e intelectuales que pudieran brindar buenas nuevas a las últimas generaciones. Miguel de Unamuno, a pesar de ser el más notable de los “viejos escritores” españoles, no podía erigirse como mentor, aseguraba Vallejo. En las mismas condiciones se encontraba Ortega y Gasset, propietario de una mentalidad “mal germanizada”, todo un “elefante blanco en docencia creatriz” (Vallejo 1987:139-140).
Cuatro años después, llegó a Madrid en el mes de abril de 1930 para ver de cerca el proceso de reedición de Trilce, el cual fue posible gracias al valioso apoyo de Gerardo Diego y José Bergamín. Era, sin duda, una llegada triunfal a España, pues presentaba a la comunidad literaria de este país una de sus obras vanguardistas de mayor relieve, pero que no había sido comprendida en su verdadera dimensión por la crítica limeña. Después de reunirse con Gerardo Diego, Rafael Alberti y Pedro Salinas en el Café de Recoletos, visitó la ciudad de Salamanca, donde conoció a Unamuno, rector en varias oportunidades de la Universidad de Salamanca, una de las más antiguas de España. Una lluvia torrencial le dio la bienvenida, causándole un tremendo disgusto. El 27 de abril le escribió a Pablo Abril: “Este Salamanca es horrorosamente sucio, frío, en suma, inhabitable, Llueve día y noche y las casas están heladas como tumbas…” (Vallejo 2002:378). Aun así visitó lugares emblemáticos como el aula de Fray Luis de León, el Palacio de Monterrey, la Casa de las Muertes y el Convento de San Esteban (Córdoba 1995:188-189).
Después de que la policía francesa descubriera que había realizado dos viajes a Rusia y que se reunía con algunos personajes en forma clandestina, fue calificado como un individuo peligroso e “indeseable”, y fue expulsado de Francia a fines de 1930. Como era previsible, tomó como destino de su exilio político a España, donde vivió una de las etapas más difíciles de su existencia. Empero, según Lambie (1993:135), más que poeta, Vallejo era un escritor y político comprometido con las causas revolucionarias. Era un marxista en el sentido cabal de la palabra; un marxista heterodoxo, no solo antidogmático sino incluso con simpatías plenas por los postulados trotskistas. Una posición política que en España le permitió escribir sus obras de mayor carga ideológica como El tungsteno, Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin, Rusia ante el segundo plan quinquenal, Paco Yunque, y acabó de corregir El arte y la revolución; pero al mismo tiempo tuvo grandes dificultades para publicar algunas de ellas, verbigracia, las tres últimas obras mencionadas. En el proceso de adaptación a la vida española, sintió en carne propia la imposibilidad de vivir como periodista y buscó fórmulas para colocar sus obras de teatro con el apoyo de Federico García Lorca, sin éxito alguno. Los problemas económicos lo obligaron a pedir préstamos y, para sobrevivir, tuvo que traducir al español obras como Elevación, de Henri Barbusse, y La calle sin nombre, de Marcel Aymé.
Mientras España se debatía en un proceso político para salir de la monarquía, Vallejo se afilió en el Partido Comunista Español y, ante la proclamación de la Segunda República Española, críticamente afirmó que la asunción de Alcalá-Zamora en el gobierno español no significaba, en realidad, ningún cambio positivo para los intereses del pueblo español; en otras palabras, enfatizó que este cambio en el poder no era de ninguna manera una revolución, porque “una revolución sin efusión de sangre ‒y la experiencia lo demuestra‒ no es una revolución” (Vallejo Georgette de 1978:40).
En 1936, enterado de la guerra civil que corroía a España, dejó de lado sus discrepancias con el Frente Popular y se unió a la causa republicana de manera consecuente. Reunido con un grupo de escritores y estudiantes en un café del Barrio Latino, levantó su voz para anunciar el peligro que corría la tierra de Cervantes y propuso la necesidad de organizarse inmediatamente, logrando la conformación del Comité Ibero-Americano para la Defensa de la República Española que, incorporado posteriormente a la sección de propaganda del gobierno español en la Ciudad Luz, editó el boletín informativo Nuestra España (Naranjo 2011:172). Como buen descendiente de españoles, se interesó en conocer los resultados de la guerra y visitó a toda hora la estación de trenes de Montparnasse en busca de últimas noticias. Inició una labor de adoctrinamiento marxista a grupos de obreros simpatizantes, realizó colectas de dinero en los mítines a favor de la causa española, escribió y entregó sus artículos al Comité, en los que convocó a unirse como un solo puño en defensa de los ideales republicanos y denunció la política de No intervención que, sin duda, favorecía a los nacionalistas (Vallejo Georgette de 1978:93).
El 28 de octubre le escribió a Juan Larrea: “¡Nos tienes tan absorbidos en España, que todo el alma no nos basta!… Aquí trabajamos mucho y no todo lo que quisiéramos, a causa de nuestra condición de extranjeros”. Preocupado y angustiado por el devenir del pueblo español, prosiguió: “Y nada de esto nos satisface y querríamos volar al mismo frente de batalla. Nunca medí tanto mi pequeñez humana, como ahora. Nunca me di cuenta de lo poco que puede un hombre individualmente. Esto me aplasta”. Convencido de que la colaboración de cada persona, por más pequeña que fuera, era importante para la causa republicana, finalmente exclamó: “Pero la causa del pueblo es sagrada y triunfará hoy, mañana o pasado mañana, pero triunfará. ¡Viva España! ¡Viva el Frente Popular!” (Vallejo 2002: 448-449).
Desesperado y deseoso de conocer en el terreno de los hechos la real situación de la Guerra Civil Española, el 22 de diciembre recibió el salvoconducto firmado por Luis Araquistaín y viajó como periodista en dirección a Barcelona, con la finalidad de obtener datos para la sección de propaganda de la embajada de España en París. A su llegada constató, según Lambie, no solamente que los anarquistas perdían el control de la ciudad, sino las serias divergencias que existían entre los comunistas catalanes, los anarquistas y los miembros del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), dirigidos por Andreu Nin, los grandes opositores al estalinismo; enemistad que perjudicó al gobierno republicano por ser la URSS un gran aliado en el combate que se libraba en contra del fascismo.
El 25 de diciembre fue autorizado por la Generalitat de Catalunya para que circulara libremente por Cataluña y Valencia, con excepción de zonas de frontera y de guerra. Dos días después, el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de Valencia le brindó las facilidades para ingresar a Madrid. Después de tomar contacto con Rafael Alberti, quien realizaba una labor como el primer “poeta de la calle” en defensa de la República, regresó a Barcelona y se enroló en las filas del POUM, tal como lo había hecho el escritor inglés George Orwell (Lambie 1993:165). Finalmente, el 29 de este mes, la Milicia Antifascista de Cataluña autorizó que fuera conducido por “transportes de guerra” y cumpliera su labor informativa en Portbou, ciudad fronteriza entre Francia y España, de donde partió a París el 31 de diciembre.
El 22 de ese mes, pensando que la guerra duraría mucho tiempo y que los republicanos serían inobjetablemente los vencedores, le escribió a Larrea con singular entusiasmo: “De España traje una gran afirmación de fe y esperanza en el triunfo del pueblo. Una fuerza formidable hay en los hombres y en la atmósfera. Desde luego, nadie admite ni siquiera en mientes, la posibilidad de una derrota…” (Vallejo 2002: 450).
Otro de sus artículos importantes fue “América y la ‛idea de imperio’ de Franco”, publicado el 25 de mayo en el boletín Nuestra España, de París, en el que suscribió una consigna en contra del general fascista: “Respuesta más elocuente no podría dar América a los repetidos llamamientos dirigidos por Franco a nuestros países para fundar un imperio hispanoamericano diz que sobre la base de los ‛lazos de la sangre y del idioma, de la historia y de la civilización”. Convencido de que Franco intentaba sorprender a las naciones del mundo con simples retoricismos, aseguró que el continente americano rechazaba sus llamamientos, en especial los partidos políticos más representativos de los diversos países, entre ellos el APRA (Vallejo 1987: 443-444).
Fiel a su compromiso de defender a la España Republicana, el 2 de julio partió hacia Valencia y asistió como representante del Perú en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. La República española acababa de resolver asuntos relacionados con la reorganización en la estructura del poder, y mantenía la esperanza de un triunfo sobre los nacionalistas. Abrumado por las tensiones políticas que se vivían en el seno del poder republicano, el 17 de mayo había renunciado a su cargo Largo Caballero, y fue reemplazado por Juan Negrín, un hombre de las filas socialistas.
Al lado de destacados escritores como Alexéi Tolstoi (URSS), André Malraux (Francia), Egon Erwing Kisch (Alemania), Stephen Spender (Inglaterra), Jef Last (Holanda), Theodor Balk (Alemania), Rafael Alberti (España), Ilya Ehrenburg (URSS), Pablo Neruda (Chile), Vicente Huidobro (Chile) y Ludwig Renn (Alemania), entre otros, participó en el congreso con una ponencia titulada: “La responsabilidad del escritor”, temática que si bien habían mencionado a grandes rasgos Álvarez del Vayo, Julián Benda y Ludwing Renn, creyó que era necesario evaluar de la manera más objetiva posible. Inició su discurso refiriéndose al predominio de los gobiernos dictatoriales en América, en especial en el Perú, donde se había tomado partido a favor del fascismo de Franco y se reprimía a los simpatizantes de la causa española. Sin embargo, precisó que los trabajadores, habían cerrado filas a favor de la España republicana.
A continuación, dejando ver la intensa filiación española que le venía de sus ancestros, exclamó: “Camaradas: Los pueblos iberoamericanos ven claramente en el pueblo español en armas una causa que le es tanto más común cuanto que se trata de una misma raza y, sobre todo, de una misma historia, y lo digo, no con un acento de orgullo humano, y que sólo una coincidencia histórica ha querido colocar a los pueblos de América muy cerca de los destinos de la Madre España”. Exhortó a todos los intelectuales a asumir el rol que le correspondía con valentía, ya fuera ante un gobernante que favorecía o perjudicaba los intereses del pueblo, y solicitó a todos que cuando regresen a sus países movilicen a las masas a favor de la causa española. Finalmente, el amor que sentía por España llegó a su cúspide cuando dijo que abría su “corazón español” y que en honor a Antonio Machado saludaba la “elevada tradición de España”; luego aseguró que ante la memoria de Federico García Lorca renovaba la protesta de toda la América del Sur contra el fascismo (Vallejo 1997:128-132).
Tras regresar a París, se puede decir que el amor que sentía por España fue todo en los últimos días de su existencia. El afecto casi oceánico que sentía por la Madre Patria era tal, que sorprendía a algunos de sus compatriotas e incluso a los propios españoles. El historiador y antropólogo peruano Luis Eduardo Valcárcel escribió en sus memorias que después de reunirse con el poeta en París, le sorprendió la “intensidad” y la forma apasionada con que defendía Vallejo a la España republicana; por su lado, Rafael Alberti dijo: “Su amor por España era inusual entre los latinoamericanos. Y fue tan intenso que empezó a escribir España, aparta de mí este cáliz, un libro extraordinario” (Rivero-Ayllón 2004:238); y al escritor español Antonio Ruiz Vilaplana, en una última entrevista que le hiciera al poeta a inicios de 1938, y ante la última interrogante: “¿Qué es ahora España?”, le respondió con una honda tristeza: “Se ha hablado sin duda del héroe anónimo de todas las guerras… El heroísmo del soldado del pueblo español brota, por el contrario, de una impulsión espontánea, apasionada, directa del ser humano”. Ruiz Vilaplana quedó gratamente sorprendido al darse cuenta del inmenso amor que tenía el escritor peruano por sus país, tanto “como si quisiera acariciar a España” (Bulnes 1996:145-148).
El dolor, sumada a la esperanza de un triunfo de la España republicana, lo hizo escribir algunos versos en Poemas humanos, en los que, además de recordar a sus abuelos y sacerdotes españoles: “Un pilar soportando consuelos, / pilar otro, pilar en duplicado, pilaroso / y como nieto de una puerta oscura”; dejó en claro esa filiación española de la que hablamos: “Ello es el lugar donde me pongo / el pantalón, es una casa donde / me quito la camisa en alta voz / y donde tengo un suelo, un alma, un mapa de mi España.”. Pero es en España, aparta de mí este cáliz que le rinde a la Península el mejor de sus cantos. En “Himno a los voluntarios de la República”, es factible constatar la desesperación que sufre por su destino: “Voluntario de España, miliciano / de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón, / cuando marcha a matar con su agonía / mundial, no se´ verdaderamente / qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo, aplaudo, / lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo / a mi pecho que acabe, al bien, que venga, / y quiero desgraciarme”.
Todo acontecimiento o anécdota de la guerra civil, traducida en artículos periodísticos, en obras literarias o artísticas, lo inspiró a crear y mitificar a los milicianos en personajes que saltaban del anonimato al sitial preferencial de héroes que defendían a España en la etapa crucial de su vida política. Así, según Vélez y Merino, después de leer la siguiente nota en el libro Doy fe (1937) de Antonio Ruiz Vilaplana: “…se halló junto al cementerio de Burgos, era el cadáver de un pobre campesino de Sasamón… Era un hombre relativamente joven, fuerte, moreno, vestido pobremente, y cuya cara estaba horriblemente desfigurada por los balazos… en uno de sus bolsillos hallamos un papel rugoso y sucio, en el que escrito a lápiz, torpemente, y con faltas ortográficas, se leía: “Abisa a todos los compañeros y marchar pronto. / Nos dan de palos brutalmente nos matan. / Como lo ben perdío no quieren sino la barbaridá” (Vallejo 1991:759), se inspiró y escribió estos apasionantes y ya célebres versos del poema III de España, aparta de mí este cáliz: “Solía escribir con su dedo grande en el aire: / “Viban los compañeros! Pedro Rojas”, / de Miranda de Ebro, padre y hombre, / marido y hombre, ferroviario y hombre / padre y más hombre, Pedro y sus dos muertes”.
Su intención, poco antes de su muerte, era publicar esta obra para que llegase a las manos de los milicianos que combatían a los nacionalistas. Su poesía, casi épica, buscaba que los combatientes mantuvieran vivas sus convicciones y los ideales más puros en pos del triunfo contra el fascismo; y para ello había que utilizar incluso un lenguaje auténticamente español, tal como se dirige al famoso miliciano Antonio Coll, pero con el nombre de Ramón Collar: “Ramón de pena, tu Collar / valiente, / paladín de Madrid y por / cojones; Ramonete…”. El proceso de la construcción de su extraordinaria obra poética, no estuvo exento el sufrimiento ante la tragedia. Luego de enterarse del brutal bombardeo de Málaga (el 8 de febrero de 1937), y de la forma en que la población fue asesinada por las tropas franquistas en momentos que abandonaba la ciudad en dirección a Almería, inevitablemente se quebró: “¡Málaga sin defensa, donde nació mi muerte dando pasos / y murió mi pasión de nacimiento! / ¡Málaga, que estoy llorando! / ¡Málaga, que lloro y lloro!”.
Su desesperación fue in crescendo, sobre todo porque sabía que además de los factores adversos externos que tenían que ver con la “No intervención” de los demás países en la guerra, la situación en el interior de las fuerzas republicanas tenían al divisionismo como la más grande debilidad. De ahí estos versos: “¡Cuídate, España, de tu propia España! / ¡Cuídate de la hoz sin el martillo, / cuídate del martillo sin la hoz! // ¡Cuídate de tus héroes! / ¡Cuídate de tus muertos! / ¡Cuídate de la República! / ¡Cuídate del futuro!…”. Intuyendo una posible derrota, llamó a las nuevas generaciones de España y del mundo entero “Niños del mundo, / si cae España ‒digo, es un decir‒ / si cae //si tardo / si no veis a nadie, si os asustan / los lápices sin punta, si la madre / España cae ‒digo, es un decir‒ / salid, niños del mundo; id a buscarla!..”.
Y en el momento supremo, en que la vida trasciende a partir de la muerte, en plena agonía, dijo estas palabras que confirmaron, y de manera irrefutable, esa filiación española que lo situó como uno de los más grandes milicianos, siempre dispuesto a seguir luchando a favor de los más caros ideales de la España republicana y del país que siempre llevó en el alma: “España. Me voy a España”.
___________________________________________
* Miguel Pachas Almeyda es docente e investigador de la vida y obra de César Vallejo. Ha publicado libros como Georgette Vallejo al fin de la batalla (Juan Gutemberg Editores, 2008), César Vallejo y su América Hispana (Ediciones del Rabdomante, 2014), ¡Yo que tan solo he nacido! (una biografía de César Vallejo) (Juan Gutemberg Editores, 2018), y, además, ha escrito el guion para la película “El poeta”, que trata sobre la vida de César Vallejo en el Perú.
Para leer más artículos del investigador, visita su página de Facebook: https://www.facebook.com/miguel.pachasalmeyda
Comentarios de Facebook