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César Calvo: El poeta limeño en papeles, pero amazónico de corazón

Escribe: Andrea Cabel*

 

Su segundo nombre es un homenaje al Ministro de relaciones exteriores soviético, y esa hoz y martillo en la chompa del pequeño poeta, es un guiño también a los soviéticos, a los que les tenían particular simpatía en la familia del poeta.

Desde que era muy bebé, se chupaba mucho el dedo, lo tenia maltrecho de tanto chuparlo. Su padre, el pintor, que acabaría abandonándolo a él y a su familia, decía que su hijo, César, era un genio. El poeta estaba de acuerdo con él. A los 4 años leía y escribía. No sabía hablar pero sabía leer y escribir.

Su madre, Graciela -quien llegaba siempre primera a verlo a sus recitales-, cuenta que en realidad las lecciones de lecto-escritura iban para la hermana, pero que al final, quien aprendió fue César, dueño de todo el abecedario.

Su facilidad para leer y escribir la mostraba en sus paseos a la peluquería con su padre. Iban juntos y el niño iba leyendo todos los avisos. El padre pintor estaba emocionado y orgulloso de tener un hijo tan chiquito que supiera leer. A César le causaba también orgullo, por ello, SOLO iba a la peluquería con su papá. Estuvo dos años sin ir, hasta que su padre volvió de su viaje a Brasil. Y volvieron ambos a la peluquería, y le cortaron el largo pelo que se había dejado crecer en la ausencia del padre.

Como su padre el pintor, César quiso ser loretano. Él, limeño en papeles, pero amazónico de corazón, escribió las obras más complejas y hermosas sobre la Amazonía. A veces le decían el brujo, porque “trabajaba” y curaba a algunos amigos con dolores físicos tal como lo haría un chamán.

Cuentan también de su desmedida generosidad. El poeta Reynaldo Naranjo relata la vez, en la que, por ejemplo, Calvo se gastó los varios miles de dolares ganados por los derechos de “Las tres mitades de Ino Moxo” en comprar en tres horas todo lo que sus amigos necesitaban. Cuentan también que regalaba incluso lo que no era suyo. Como aquella refrigeradora que le pidió a Chabuca Granda, su gran amiga, para regalársela a la humilde familia de la morena Ballumbrosio de la que estaba enamorado. Se la regaló y a falta de electricidad, la refrigeradora terminó siendo usada de armario.

Cuando él llegaba, toda la universidad entraba en silencio. Él caminaba muy erguido, vestido muy elegante, tenia un bastón de mango de plata que blandía sin mirar a nadie. Ante esta presencia avasalladora, nadie imaginaria que el gran poeta, el guapo líder, el bravo y elegante, acabaría sumido en una sordera que lo llevaría a cobijarse, nuevamente, en la casa de Chaclacayo de su amada madre, Graciela, donde pasó sus últimos días.

Posdata: no hablo de su fama de donjuán y seductor, porque no la necesita para ser recordado como un grande.

 

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* Andrea Cabel, escritora peruana. Puedes leer más reseñas parecidas en su página de Facebook: Textos Laterales

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