Escribe: Julio Barco*
El invierno termina en la capital y las enfermedades respiratorias afloran con más fuerza con el cambio de clima. El tráfico es un animal que ataca sin clemencia y nos deja las caras duras, largas, esmirriadas. En ese paisaje de violencia cotidiana, el poeta Rodolfo Hinostroza lanza una carta incendiaria y peligrosa solo porque exige respeto al trabajo del poeta: “¿Y usted cree que la poesía no es trabajo, señora?”, le dije. Balbuceó algo como que en Bolivia no era así. “Pero estamos en el Perú, señora”, le dije, “y la Constitución de mi país prohíbe el trabajo no remunerado, de modo que no cuente usted conmigo para este evento ni para ningún otro”.
“¿Para qué sirve la poesía?”, muchos se preguntan, y aunque algunos han pontificado sobre su inutilidad, todavía nacen y se reproducen poetas en proporción geométrica. ¿Para qué sirve? ¡Qué importa! Y vamos en busca del poeta Diego Lino, autor del libro Música para tarántulas (Lima, 2016, editorial Celacanto). Desde la infancia, el autor se vinculó con el mundo del rap; es además fotógrafo y pertenece al grupo literario Rara Avis, donde también están Giancarlos Saravia, Feliciano Mejía, Grover Gonzáles, Jhonatan Eugenio Rojas y Fernando Ribeyro (próximo a estrenar libro). Nos sentamos afuera de una bodega, en las calles cobrizas de domingo en Santa Anita.
En tu poesía, dialogas con otros poetas de otras generaciones, como Javier Sologuren o Whitman, por ejemplo. ¿Qué te atrae de esos autores?
Poetas como Sologuren, Whitman, Westphalen tienen una visión unitaria, un monismo, una visión de la naturaleza como una sola cosa y explícitamente eso era lo que yo buscaba más allá de la poesía, más allá de la palabra, yo buscaba esa verdad.
Creo que hay una parte en Hojas de hierba cuando Whitman dice “nos han engañado durante mucho tiempo. Pero ahora somos dos dentro de la manada, somos dos peces nadando en el mar”, y comienza a explicar una especie de panteísmo. Lo mismo hace Sologuren, leyéndolo encuentras esa unidad y creo que él tiene mucha influencia de pensamiento oriental que también tiene este panteísmo filosófico. Y es lo que intuitivamente he buscado durante toda mi vida, ahora yo lo sé.
Diego, ¿qué puede comunicar un poema?, ¿cuáles son los límites de lo que se puede comunicar poéticamente?
Hay una imagen de Sologuren: “pena con que hiere una imagen a su espejo”. Es un verso. Yo no sé qué quiso decir Sologuren pero siento la imagen, una verdad brutal, lo veo y es verdad. Eugenio Montejo tiene un verso: “Se duermen los amantes y atrás el mar”. Nada más, te dice cosas así. Basho tiene una que dice: “Felices los que no piensan, la vida es breve al ver el relámpago”. Tú no sabes qué diablos te están diciendo, no puedes analizarlo, digamos.
Nuestras formas de comunicarse han mejorado, por ejemplo con el tema el tema del internet, pero la gente se ha acostumbrado a que tú le des una imagen, una serie de cosas, nos hemos convertido en una especie de frívolos.
¿En la actualidad ves más pose que literatura?
Veo lo siguiente: “Hey miren soy poeta, he venido ¿Cómo te llamas? ¿Juan? ¿Eres antiguo? Ya, un cachetadón. ¡Qué polémico! ¿Oye cómo no se debe escribir? Ya, así, miren, ¡soy polémico! Detesto la tradición, soy punk, metalero y tengo ganas de patear al mundo. Soy hipster, no sé, algo moderno, alguna cosa rara y desafío a todo el mundo, y después me voy a la jato de mi vieja a comer bien, y todas mis huevadas de pequeño burgués”. Es todo como una especie de convertir a la poesía en un performance, en el performance de rebelde de camarilla del que va a un recital y hace todo su espectaculillo de rebelde. Van a pasar los años y no van a tener ni pies ni cabeza. Debemos reconocer que tenemos una tradición y no es mala. Tengo 31 años y ya no soy un joven, no soy un chibolito. Yo me considero un poeta tradicional. Palabras, uso las palabras, trato de ser lo más sencillo posible y respeto un culo a los poetas que vienen detrás de mí. Me encanta leer a los poetas viejos. Mientras más antiguo todavía, más respeto, porque son gente nos ha dado la posta y tengo esta visión de la poesía como una joya hecha por todos. Es algo que yo no veo en los jóvenes de ahora, veo más bien esta competencia por entrar al museo y romper cosas.
Me recuerda a Gonzalo Rojas, cuando explica que alguien te da el fuego, lo recibes y lo mantienes en ti, lo haces arder y luego se lo das a otra persona, como un regalo. Entonces, la poesía es como un sistemita de recibir el fuego, ¿no crees?
Es que eso es lo hermoso. Yo he pasado por situaciones difíciles, todos hemos estado a punto de perder un ser querido, o de perder la vida, o estar en situaciones límite. Cuando eso sucede, te aferras a ti, a una sola cosa. Quieres mantener tu llamita viva y eso te hacer apreciar las cosas simples de la vida. Ese pequeño detalle, esa chispa es un detalle hermoso, no todos lo ven cursi, a mí me parece que en eso consiste la vida. Poesía vital.
A la poesía siempre se le asocia con emociones o sentimientos, pero el poema también se arma con reflexiones de todo tipo. ¿Apuestas por la reflexión en tus poemas?
Yo no tengo ninguna forma de entender la poesía, sencillamente, he aprendido a no pensar, a no ser pretencioso, a no tratar de enseñarle nada a nadie. Hay un verso de Salazar Bondy: “Dejo mi sombra, una afilada aguja que hiere la calle”. ¿Qué quiso decir? No sé, yo me acuerdo. Veo la imagen y la metí en una canción y a cada persona con la que me encuentro y le trato de dar un ejemplo de por qué la escritura no tiene que tener sentido, pero sí lógica.
Un libro que ha visto la luz es Música para las tarántulas, tu primer libro. ¿Qué fue lo que te impulsó a escribirlo?
Tengo un amigo que es mayor, un poeta de la llamada generación de 70, Feliciano, siempre me alentó a publicar. En una época en que me quedé sin trabajo, comencé a soñar en las imágenes que están en la primera parte del libro “Los regalos oscuros de la sangre”. Todas las imágenes de esa sección han sido soñadas. Me desperté a mitad de la noche para anotarlas.
Todo el libro, aunque suene un poco ridículo, lo soñé. Luego las imágenes han sido transcritas y he tratado de quitar todo el estorbo. Ese proceso tardo un año. El libro nació así. Es una imagen de sueños, no he sido tan pretencioso como para querer decir algo con él, ahí están los símbolos y algún día encontrarán a su descifrador.
¿Por qué en algún momento dijiste que el poeta Enrique Verástegui no “escribe cosas bellas”?
Porque no las hace, abusa de gerundios y un montón de cosas, si queremos ponernos estetas, digamos. No es uno de mis favoritos, para nada, y uno de los errores que comete y comete toda su generación es extenderse. Tienen poemas inmensos y creen que en eso se encuentra la grandeza, ¿no? “Mi poesía es grande porque escribo una chalina, hago un papiro y escribo 400 versos”. Basho ha demostrado que con dos o tres líneas ha sobrevivido cientos de años y hay poetas chinos de la dinastía Chang que se leen hasta ahora. Estamos hablando del año 700.
Un error de estilo, o no sé, un alarde, una especie de presunción, es de que la cantidad es una especie de calidad, no sé. Ellos tienen esa forma de ver la poesía. Eso sí le crítico a Verástegui.
Eugenio Montejo tiene un poema en el cual dice una cosa como “no te compliques, no le metas muchas cosas a tu poema, si quieres decir algo, por ejemplo, ‘árbol’ di ‘árbol’ nomás y trata de que sea el árbol mismo”. Mientras la poesía se mantenga así, se haga de esa forma, mientras digas con simpleza lo que has visto, entonces, vas a llevarle algo a los demás, va a sobrevivir, va a resistir a todo.
Hace poco vi en tu Facebook, algo sobre la “poesía y los imbéciles”. ¿Tú crees que hay que ser un poco ingenuo para “entender” un poco la poesía y poder entrar a ese mundo?, ¿hace falta ser inocente?
Yo creo que hay que estar sin armadura, hay que estar vacío y en la calle. Hay que ser inocentes, yo no escribo un poema para tener poder sobre los demás. No quiero que digan: que paja, ahí va el poeta. Si quisiera eso sería una estupidez, si quisiera poder no escribiría versos, utilizaría otras habilidades que tengo para tener relevancia social, sería político. Hasta sería lo que siempre he sido: rapero. Hasta ganaría plata de repente, ¿no? Pero esto es algo que necesito hacer y va de acuerdo a mis necesidades. Yo sí creo, como te digo, hay que ser inocentes, tener el corazón limpio.
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• Julio Barco (1991). Autor del libro Me da pena que la gente crezca.
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