La biografía de Ernest Hemingway (1889-1961) está revestida con cacerías, corridas de toros, mujeres, bohemia literaria e incluso conflictos armados. Los pasos que dio por diversos lugares del mundo hicieron que su vida sea tan interesante como los libros que escribió. De todos los países que recibieron al escritor estadounidense, Cuba es uno de los más importantes, ya que la isla lo acogió una buena temporada de su existencia y, además, en este lugar urdió algunos de sus libros más conocidos.
En las primeras estancias en Cuba, entre 1932 y 1939, Hemingway frecuentaba el hotel Ambos Mundos, ubicado en La Habana Vieja, entre las calles Mercaderes y Obispo. Allí, se alojaba en la habitación 511, lugar que hasta hoy es uno de los lugares más frecuentados por los turistas. Pero la casa, el hogar que acogió al escritor hasta casi al final de sus días fue la Finca Vigía, un lugar apartado de la ciudad.
Ernest Hemingway era un nómade que se trasladaba a cualquier parte del mundo con la misma facilidad con que cambiaba su estado de ánimo. Del hotel Ritz en París podía regresar intempestivamente a EE.UU. y si, por ejemplo, necesitaba escribir sobre toros, iba a España para tener contacto directo con los propios cuernos del animal. Si había tiempo, se daba una escapada por África para traer consigo algunas cabezas para disecar y llevarlas a la Finca Vigía, lugar donde pasó la tercera parte de su vida.
En su biografía sobre Hemingway, Anthony Burgess (célebre creador de La naranja mecánica) describe así al hogar que acogió al viejo Hem:
“Finca Vigía, o Lockout Farm, era un enclave de riqueza y orden en una ciudad cubana empobrecida y deteriorada. Había trece acres de jardines y huertos, pastos para vacas, frutales y un enorme árbol ceiba cuyas raíces amenazaban con partir el suelo de la casa principal. Había una casa de huéspedes de madera blanca y una torre cuadrada pensada como retiro para trabajar, aunque era principalmente el hogar de los treinta gatos de la finca. Había tres jardineros, dos doncellas y un hombre que cuidaba los gallos de pelea. Había tres perros, incluyendo uno llamado ‘Black Dog’, que se echaba a los pies de su amo mientras escribía”.
En este lugar, ubicado en San Francisco de Paula, el escritor se sentía cómodo, pero la comodidad no era su estado natural y, cuando mejor lo trataba la isla, dejaba los daiquiris del bar “Floridita” y los mojitos de “La bodeguita del medio” para escaparse otra vez al resto del mundo. Burgess cuenta que Hemingway, a punto de cumplir los 50 años, estaba bloqueado. Era criticado por escribir mal y decidió dejar la isla. “Fue por necesidad de estimular su imaginación creativa y ponerla en acción por lo que dejó sus gallos de pelea y sus daiquiris en el bar Floridita y regresó a Europa, madre de todo arte. Venecia se convirtió en su nueva amante”.
Hemingway llegó por primera vez a la finca en 1940 con su tercera esposa, Martha Gelhorn. Al principio solo la alquiló, pero luego la compró con los derechos que ganó tras la publicación de ¿Por quién doblan las campanas?, obra que terminó de escribir en este lugar construido en 1887, por el arquitecto catalán Miguel Pascual y Baguer. Aquí también escribió El viejo y el mar, París era una fiesta, A través del río y entre los árboles, entre otras obras.
1951 fue un año clave para Hemingway en la isla caribeña. En ese tiempo escribió la obra que lo consolidó en varios aspectos: El viejo y el mar, una historia que cuenta la entrañable vida de Santiago, un pescador cubano que se enfrentó a un pez espada. El libro, ideado por sus constantes estadías en la localidad pesquera de Cojimar (donde es recordado como ‘Papá Hemingway’), fue un éxito sin precedentes, vendió millones de copias en solo 48 horas. Además, por esta pequeña obra maestra, ganó el premio Pulitzer, la crítica se rindió nuevamente ante él y le llovieron diversos reconocimientos. Incluso el dictador Fulgencio Batista, a quien no tenía estima, lo condecoró con la medalla honorífica “en nombre de los pescadores de peces espada profesionales desde Puerto Escondido a Bahía Monda”.
Más adelante, como sabemos, ganó también el Premio Nobel de Literatura en 1954 y como el cariño de Hem hacia la isla fue siempre conocido, donó la medalla de oro a la capilla de la Virgen del Cobre, patrona de Cuba. Antes consideró dársela a Erza Pound, pero prefirió la segunda opción. Tras el ápice de su fama, además, tuvo que viajar y ausentarse de la isla, a donde regresó en plena lucha entre la dictadura de Batista contra unos jóvenes rebeldes y barbudos liderados por un tal Fidel Castro.
Burgess cuenta que en aquella época, la Finca vigía fue asaltada por militares para perseguir a un rebelde y producto de ello mataron a uno de sus perros. Debido a que tenía condición de huésped, no podía decir ninguna palabra al respecto y se fue a EE.UU. Cuando Fidel Castro tomó el poder el 1 de enero de 1959, Hemingway dijo que “el pueblo cubano tiene ahora por primera vez una posibilidad decente”, pese a que no conocía a Castro, pero alegó que “nadie podía ser peor que Batista”.
En la isla lo recuerdan hasta hoy. Es un cubano más. La Finca Vigía actualmente es una casa museo que guarda aún las pertenencias de Hemingway. Trofeos de caza, objetos personales, obras de arte y más de 8 mil libros son los tesoros que se pueden encontrar en este lugar ubicado a veinte minutos de la ciudad.
Ahí también se puede encontrar a Pilar, bote con el que solía pescar en Cojimar, donde los pescadores -tras la muerte del escritor- fundieron sus anclas para convertirlas en un busto que recuerde a uno de sus ilustres amigos. En la finca además está el pequeño y sagrado espacio donde enterró a sus amigos caninos. Los gatos también fueron enterrados pero, como el escritor era supersticioso con ese tema, nunca reveló dónde descansan la eternidad.
En julio de 1960, Hemingway dejó la isla por última vez. Su estado de salud lo obligó a instalarse definitivamente en EE.UU. Dicen, además, que no solo se trataba de su precario estado de salud, sino que además se había cansado de vivir, o de sobrevivir. El largo camino que recorrió culminó la mañana del 2 de julio de 1961, cuando tomó una escopeta de dos cañones (la misma que usaba para cazar) y apretó el gatillo. De este modo, puso fin a una de sus tantas obras maestras.
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