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[Entrevista] Diego Trelles Paz: “Nunca escribo sobre algo que no me afecte o me interpele”

 Por Enmanuel Grau

 

La procesión infinita de Diego Trelles Paz (Anagrama, 2017) es una novela que logra reproducir el horror de una época marcada por la violencia y la incertidumbre de un país que da tumbos tras una década de dictadura. Sus personajes parecen mirarse en un espejo roto en el que apenas pueden reconocerse. Quebrados en sus apetencias y anhelos, buscan evadir la realidad a como dé lugar, cayendo en trampas más hondas. La novela arriesga en la representación verbal de los personajes que se manifiestan desde sus propios abismos, intentando aproximarse a una esencia que resulta siempre esquiva. La oralidad y la textura de las distintas voces que componen el libro, sugieren una aproximación a la intimidad de quienes, incluso sin saberlo, se enfrentan a las esquirlas de una época sombría en donde todo es arbitrariedad y derrota.

Conversamos con Diego Trelles Paz, uno de los autores más importantes de los últimos años respecto a su proceso creativo, el Perú y la dictadura fujimorista.

 

La novela, una posibilidad de encuentro con los dramas nacionales. ¿De qué manera te afectan como ciudadano y en qué medida estos demonios sociales (peruanos, latinoamericanos) se involucran en tu proceso creativo?

Es muy relativo: no todos los proyectos literarios surgen o se gestan a partir de una determinada problemática social y política. La génesis tampoco es tan consciente. Si decido escribir un relato o embarcarme en un proyecto de novela es porque existe una inquietud vital, algo que despierta vorazmente mi deseo de escribir. Y eso a veces puede ser un simple detalle que desencadena otras ideas que yo había internalizado y tenía guardadas pensando que podrían servirme después. Nunca escribo sobre algo que no me afecte o me interpele.

 

En La procesión infinita, los procedimientos técnicos del relato son diversos y muy bien trabajados. Al vuelo, ¿podrías comentar alguno de ellos para asomarnos en tu trastienda técnica?

Intento que todo lo formal se supedite a las necesidades de la historia y de los personajes. En La procesión infinita, por ejemplo, el componente oral, el trabajo diferenciado en el lenguaje de los personajes era vital porque es indispensable para definirlos. Personajes como Pochito Tenebroso o la Chequita, por citar a dos, están delineados no solo por la forma en la que se expresan sino, sobre todo, por la forma en que deforman festivamente este lenguaje. Todo lo relacionado a la arquitectura y a las distintas técnicas narrativas de la novela forman parte de un planteamiento general que, en el camino, suele variar y alterarse. Lo formal, sin embargo, no sirve si no está al servicio de lo que necesita tu historia. El mayor peligro será siempre la impostura: de nada sirve una técnica vistosa si no tiene una correspondencia narrativa y estética con lo que estás contando.

 

Los personajes de la novela están siempre al borde un abismo existencial que disfrazan de muchas maneras. ¿Cuál es el mal mayor que los habita y cómo este está en relación con la sociedad peruana?

No sé si pueda dar una respuesta correcta a esa pregunta, pero voy a intentarlo. Me siento cercano a los personajes de La procesión infinita porque soy parte de esa generación que creció y se formó en dictadura y, como en mi caso, se fue del Perú apenas cayó Fujimori creyendo que todo se había acabado y que había escapatoria posible. Pero no la hay. La novela siempre sugiere que la dictadura se cae formalmente pero no se acaba. Frente a esto, Francisco y Diego están siempre evadiendo con drogas y sexo el asunto y no parecen tan conscientes de esa procesión que arrastran como una sombra. Cayetana, Mateo Hoffman, Pochito Tenebroso, todos los personajes de la novela están atravesados por la violencia y la historia que se relata tiene que ver con las secuelas de esta violencia que está como impregnada en su piel. El Perú es hasta el día de hoy un país que no ha podido recuperarse del trauma de lo ocurrido.

 

El lenguaje como herramienta universal en tu novela (en mi opinión supera al de Bioy) opera como una válvula de escape para los personajes y a su vez los sitúa en el mundo y los define. ¿Piensas a los personajes en su dimensión verbal o este río lingüístico corre paralelo con la inventiva narrativa?

“Me siento cercano a los personajes de La procesión infinita porque soy parte de esa generación que creció y se formó en dictadura y, como en mi caso, se fue del Perú apenas cayó Fujimori creyendo que todo se había acabado y que había escapatoria posible”.

Es exacto lo que señalas: el lenguaje es un elemento fundamental en la construcción de los personajes de esta novela. No solo hablo de Pochito que siempre está mezclando idiomas e inventando palabras, sino de todos los personajes que, de manera oral o escrita, tienen una forma muy particular de expresarse. En La procesión infinita, por cierto, las voces de los personajes femeninos tienen una mayor presencia que en mis anteriores obras.

 

El fujimorato, mejor aún, sus consecuencias se ven reflejados en la novela. ¿Qué te urgió a manifestar sus estragos en este libro y cómo valoras de manera general la factura de tu propia obra?

Diría que todos los años de la violencia política reciente en el Perú tienen una presencia, directa u oblicua, en todo lo que he escrito. Esto es muy claro en el proyecto de la trilogía temática que empieza con Bioy y terminará con la novela que trabajo actualmente, pero ya desde Hudson el redentor, mi primer libro, el telón de fondo de los adolescentes que no salen de la esquina en un barrio de Magdalena del Mar, era la dictadura fujimorista que los forma y sus terribles estragos sociales.

 

El personaje que escribe un libro me cautivó, la “Chequita” me pareció también una especie de reivindicación de los marginados. ¿Cómo nace este personaje fascinante y cuáles son los mecanismos formales que utilizaste para darle esa personalidad y vuelo tan consistentes? 

La Chequita es un personaje entrañable con el cual me identifico por esa fascinación que genera en ella el descubrimiento fulminante de la literatura. Es una empleada doméstica que vive limpiando y sirviendo, pero se las arregla para leer y escribir en sus escasos tiempos libres con la convicción de que la literatura es una forma de salvación. Es cierto que me identifico con ella, pero teniendo muy en claro que, pese a que la literatura para mí también llegó de una manera intempestiva, tuve la suerte de poder escribir sin tener que trabajar para vivir y sin apuros económicos. Ese privilegio no existe en la vida de la Chequita y, sin embargo, su fe en la escritura es indestructible.

 

El Perú real. ¿Cómo valoras la literatura peruana “actual”? ¿Qué elementos de nuestra dinámica cultural te parecen hoy favorables y cuáles pueden –desde tu perspectiva– afinarse en búsqueda de la (¿consideras que existe?) real dimensión de nuestra producción literaria en relación de Latinoamérica y el mundo?

Aunque tengo contacto con el Perú y he leído, ciertamente, a algunas nuevas y nuevos escritores con mucha atención. Estos dos años y pico de pandemia me han tenido más lejos que nunca del Perú como para poder dar una opinión informada y actualizada de todo lo que está ocurriendo en la escena literaria local.

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