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¿Qué era el amor para un “poeta maldito” como Charles Baudelaire?

En una de sus reflexiones, el autor de Las flores del mal afirmaba que el amor es como la tortura y hacer el mal.

Dentro de sus múltiples anotaciones que sus herederos organizaron después en un libro llamado Diarios íntimos[1], el poeta maldito Charles Baudelaire (1821-1867) reflexiona sobre diversos temas usados con frecuencia en sus libros: Dios, la belleza, la mujer, el amor, entre otros. Estos pensamientos fueron escritos entre 1859 y 1866.

En el caso del amor, amar y estar enamorado, el autor de Las flores del mal tiene una reflexión particular: compara al amor con la tortura, con hacer el mal, con el sufrimiento premeditado.

He aquí la visión de Baudelarie:

“Creo que ya escribí en mis notas que el amor se parece mucho a la tortura o a una operación quirúrgica. Pero esta idea puede ser desarrollada del modo más amargo. Aun cuando los dos amantes estuvieran muy enamorados y muy llenos de deseos recíprocos, uno de los dos estará siempre más tranquilo, o menos poseído que el otro. Ese, o esa, es el operador o el verdugo; el otro es el sujeto, la víctima. ¿Escucháis esos suspiros, preludios de una tragedia de deshonra, esos gemidos, esos gritos, esos estertores? ¿Quién no los ha proferido, quién no los ha irresistiblemente arrancado? ¿Y qué encontráis peor que eso en la tortura aplicada por cuidadosos torturadores?

Esos ojos extraviados de sonámbulo, esos miembros cuyos músculos se sacuden y se contraen como bajo la acción de una pila eléctrica, ni la embriaguez, ni el delirio, ni el opio en sus más furiosos resultados, os ofrecerán por cierto, tan espantosos, tan curiosos ejemplos. Y el rostro humano, que Ovidio creía hecho para reflejar los astros, helo aquí que no expresa más que una ferocidad loca, o que se distiende en una especie de muerte. Porque, ciertamente, yo creería cometer un sacrilegio aplicando la palabra éxtasis a esta especie de descomposición.

¡Espantoso juego en el que es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de sí mismo!

Una vez preguntaron delante de mí en qué consistía el mayor placer del amor. Alguien respondió naturalmente: en recibir, y otro: en darse. Este dijo: ¡placer de orgullo!, y aquel: ¡voluptuosidad de humillación! Todos estos cerdos hablaban como la Imitación de Cristo. Al fin apareció un impúdico utopista que afirmó que el mayor placer del amor era el de formar ciudadanos para la patria.

Por mi parte, yo digo: la voluptuosidad única y suprema del amor consiste en la certidumbre de hacer el mal. El hombre y la mujer saben, de nacimiento, que toda voluptuosidad se encuentra en el mal”.

 

 

 

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[1] Publicado en español por la editorial Galerna. Argentina, 1977.

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