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Recuento arbitrario y tendencioso: once novelas que te ayudarán a entender el Perú

La siguiente lista no es concluyente pero busca incluir a novelistas de diferentes épocas y estilos. Además, está abierta a sugerencias

Por Enmanuel Grau*

 

 

La novela en el Perú —los eruditos confirman que El padre Horan de Narciso Aréstegui fue la primera piedra— ha tenido desde siempre una relación tensa, visceral con su espejo que la inspira. Nación en construcción, sacudida por todo tipo de cataclismos, la nuestra es una tierra donde el arte no puede ser jamás esquivo con su realidad inmediata: nos circunda toda clase de abismos (éticos, económicos y raciales), de modo que la mirada del artista, por más pura que esta sea, difícilmente puede eludir la magnitud de la realidad. Por supuesto que la literatura no es jamás una réplica, un mero eco o simulacro de lo acontecido, sino creación, delirio, vuelo; pero resulta innegable su naturaleza de contraste, esa mezcla de evocación y repudio que ejerce sobre todo creador de la ampulosa y quijotesca —en su acepción más patética— “realidad peruana”.

¿Qué libros o, precisamente, qué novelas conversan con esta manera de ser tan dispar como la nuestra? Arbitrariamente y con toda impunidad, intentaré comentar algunas obras en las que nuestra conflictuada sociedad se parapeta desde la ficción para arremeter contra los convencionalismos de una dinámica social más bien estancada en la arcadia Colonial.

La novela, por su naturaleza impura trasgrede y a su vez repara (la memoria la socorre como amuleto contra la diatriba y la sátira) la experiencia vital de unos individuos que habitan una época, un espacio y que comparten además los condimentos de una realidad particular. Nuestra realidad, justamente es la tierra del caos, el persistente conflicto y la duda ante el futuro. Y vaya que los novelistas peruvianos han conseguido congelar este semblante en un puñado de páginas en las que todos —si miramos bien— podemos reconocernos con alegría y espanto.

Cuando en su momento Julio Ramón Ribeyro reclamó una novela para la ciudad —entonces los poetas de la Generación del 50 eran nuestros rockstars de las letras— había ya en Latinoamérica varias ficciones dando cuenta de geografías importantes como el D.F, Buenos Aires o Caracas; en el Perú este amasijo hibrido y contumaz del género brillaba por su ausencia y habría que esperar todavía un poco para reconocernos en el amplio terreno de lo novelesco.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, la novela en el Perú ha tenido un protagonismo inusitado. Las hay de todo calibre y estilo, corales y solipsistas, dinámicas o tediosas, heroicas y dramáticas. Están las novelas que abordan como imperativo el conflicto armado interno (hay mucho pan por rebanar allí, sobre todo entendiendo los traumas que se desprenden de este hecho capital), las que evitan la convención del realismo y se deslizan por carreteras fantásticas o insólitas; las novelas que hablan de la diáspora y las que cantan el retorno. Novelas de la memoria familiar, reminiscentes y futuristas, novelas pop art y, seguramente a punto de imprimirse, novelas pandémicas.

Lo interesante como sustrato es precisamente la relación que estas tienen con el Perú; hay una dinámica elocuente entre la novela y los males (mayoritariamente) de la peruanidad. Pacto no escrito, las tensiones que los novelistas peruanos han logrado esclarecer respecto a los abismos más hondos de nuestra Historia, brillan soberanamente en este puñado de historias que repasamos para cotejar nuestras propias vidas, pues, de alguna forma, todos comparecemos ante este realidad dispar, suculenta y variopinta en donde nunca nadie está conforme.

Este recuento además de arbitrario y tendencioso intenta mostrar aquellas obras que no han pasado desapercibidas por su beligerancia o belleza áspera y se han ido incrustando (o están en ese proceso incierto) en un imaginario compartido al que recurrimos a veces para robarles frases, citas o preguntas que resuenan como lugares comunes que adoramos.

Valdrá decir también que hacer estos ejercicios es abrir debate en flancos diversos y tomar posición frente a lo que es discutido desde nuestros nichos virtuales: el canon literario; la validez o el infortunio de la auto ficción, la grandeza y abandono de la literatura de los márgenes, esa que se hace desde la incomodidad del total anonimato y cuya expectoración del foco público crispa a los justos o envanece todavía más a los indolentes.

La novela en el Perú es un artefacto todoterreno, áridas páginas de crítica estricta podrían introducirnos en sus seculares mecanismos, pero es justamente lo contrario aquello a lo que apelo: la pulsión frenética de un lector promiscuo, ávido de historias, territorios inventados donde florece la desesperación o el tedio, una summa de verdades truculentas en donde apoyar una temblorosa juventud que se abre en flor.

Los que leemos novelas buscamos contrastar en esas páginas trajinadas por otros una visión del mundo; contemplación del abismo que enajena y nos arroja a buscar en ese edificio verbal que son las novelas peruanas, una respuesta, una pista o negación para trazarse un destino.

Ante el abismo de lo inminente, en la antesala de esta lista, pienso en José María Arguedas intentando explicar ante una mesa de catadores de la verdad su novela Todas las sangres. Dijo, intuyo que con un hilo de voz que a su vez contenía una seguridad intransferible, que, Todas las sangres intentaba explicar la “revelación total del Perú de su tiempo”.  En tiempos donde está de moda negar la búsqueda de la totalidad y envalentonarse con lo tocante a lo anodino, resulta conmovedor y valiente esta actitud de Arguedas frente a su propia obra y la idea del Perú (doliente, de más sombras que luces) que la inspiraron. No todos los libros que consigno en esta lista buscan tamaño objetivo, pero considero que, en cada uno de ellos, el Perú vibra en una nota particular, sólida y brillante que promete no dejarnos indiferentes.  

 

  1. La conciencia del límite último de Carlos Calderón Fajardo

El delirio de un reportero desesperado por encontrar una noticia que subleve al lector. La novela de Fajardo es una especie de triller de nuestra violencia cotidiana; el termómetro con que se mide la tragedia de quienes aparecen en las páginas amarillas de los pasquines (vendrían después los verdaderos a esparcir su pestilencia) en una especie de celebración de lo sórdido y la exacerbación del mal gusto por la palabra sucia, corroída por el fuego de una mente que inventa crímenes en una ciudad casi gótica que va atisbando una violencia mayor, todavía en ciernes. La novela encara un rasgo monstruoso: nuestra apetencia por los bajos fondos y las pasiones ultraterrenas que desembocan en tragedias grises. El personaje de la novela, un escritor resignado a pergeñar historias intrascendentes, moverá el dedo en la herida de la miseria y entregará en cada “obra” suya un espectáculo ruin que culmina con el lector que corrobora —entre aliviado y perplejo— una historia que por suerte no es la suya.

  1. La procesión infinita de Diego Trelles Paz

La novela de Trelles Paz es un espejo roto en el que intentan mirarse sus personajes. Jóvenes estudiantes cuyas carencias comparten con su generación: la violencia del fujimorato corroe los destinos de “El Chato” y Francisco o Cayetana que, incapaces de enfrentarse a los dilemas de su tiempo (ausencia de una conciencia política, objetivos concretos, tareas trascendentes), sucumben ante la posibilidad del abismo, para ellos siempre es una posibilidad. La novela ilustra una época sombría en donde cualquier grandeza no solo parece imposible sino inútil. En las páginas de La procesión infinita el tedio y la rutina parecen inamovibles, aunque las ciudades cambiantes intenten sumergirnos en un simulacro de movimiento, espejismos que inventamos para tolerar una etapa oscura de nuestra Historia que, a veces, pareciera interminable.

  1. La sangre de la aurora de Claudia Salazar Jiménez

De factura técnica impecable, esta novela intenta dar cuenta del horror en su dimensión sensorial y de símbolo. Narrada por tres mujeres que resisten el embate de una sociedad exacerbada por la violencia, el libro resulta una diatriba contra el espanto político y social del que son víctimas sus protagonistas, pero también aquellos que —en medio de una guerra— han extraviado la esperanza por la reconciliación.

El sexo, las pulsiones más hondas como el odio y la venganza, la ruina y la redención de una sociedad no solo peruana sino latinoamericana, se avizoran en esta novela tejida de historias hondas que nos interpelan y exigen no permanecer ecuánimes frente al flagelo del silencio y la indiferencia.

  1. Rosa cuchillo de Oscar Colchado Lucio

Desde una cosmovisión andina, la novela de Colchado da cuenta de la guerra en su inmediatez, con sus balas y tragedias. Su vértigo anecdótico hace que pasemos frente a sus páginas vampirizados por la vehemencia de sus protagonistas: el hijo que hace de la guerra su ley y la madre que lo busca en los linderos de la memoria y el olvido. De una belleza helada, la historia de “Rosa cuchillo” es la historia de cientos de personas que vivieron el drama de la violencia en carne propia y que buscan —como ella— recuperar un trozo de vida en el que todavía perviva la voluntad y la esperanza por construir un mundo —sino libre del terror—por lo menos tolerable.

  1. Los ríos profundos de José María Arguedas

La novela de Arguedas brilla con intensidad y aparece, a pesar del tiempo, impoluta y vivaz, cada vez que atravesamos los ríos y los pasos andinos de la mano de Ernesto, un niño que contempla los horrores que vendrán como una palpitación íntima en la que tendrá que hacer frente a los males que hoy nos azotan todavía sin tregua. El racismo, la exclusión y marginación de aquel que intuimos como el otro son temas que en Los ríos profundos se discuten con claridad, amortiguados por una prosa musical y maleable capaz de transformar las piedras y hacer brillar en delirantes colores un zumbayllu en el que convergen todos nuestros tiempos y culturas como una síntesis de lo que somos y destino de aquello que podemos ser. El Perú de Arguedas está siempre roto, soldado apenas por una ternura que lo socorre para aliviarlo de sus más hondos dolores.

  1. Mejor el fuego de José Carlos Yrigoyen

El drama de la violencia tiene consecuencias duraderas y difíciles de exorcizar. El personaje de esta novela, ambientada en la Lima de los 90, recorre su propio infierno a través de las pulsiones que lo agitan y doblegan. Narrada desde la poesía del dolor, la novela de Yrigoyen parece contradecir toda idea de salvación individual y colectiva de aquellos que transitan sin rumbo por un país en ruinas en el que poco o nada importan los dramas particulares. Toda una generación viviendo en los márgenes, acorralada por violencias más grandes que a su vez contienen trampas que imposibilitan la comunicación, la empatía y la piedad.

  1. Ximena de dos caminos de Laura Riesco

La novela como esclarecimiento de una vida, como puerta por donde mirar la infancia y a su vez cotejar en la madurez el paso de lo vivido. Novela de paisajes atemporales, el libro resulta un disfrute constante por la calidez de sus descripciones y la manera seria en la que una niña recorre el Perú y sus pueblos con una mirada inocente y a la vez cuestionadora. La rebeldía de Ximena frente a la pobreza, su entrega sin límites resulta conmovedoras en un Perú abismado por injusticias que parecen insalvables. Las enormes diferencias sociales del país aparecen matizadas por pasajes aparentemente dóciles que, sin embargo, espolean una realidad latente que tiene que ver con la desigualdad y una permanente exclusión que, irremediablemente parece conducir a la violencia.

  1. En octubre no hay milagros de Oswaldo Reynoso

La prosa de Reynoso hace temblar todo convencionalismo. Desafiante, sucia y rokera, la novela fue leída como un anatema que venía a derribar las tradiciones más puras, convirtiéndolas en desenfreno, deseo, traspiración. Con una sintaxis endiablada, los personajes del libro discurren por una Lima pacata, hipócrita, sacudida por bajezas políticas y dramas personales que convergen en una narración cronológica en donde vemos comparecer nuestros estereotipos más acendrados. Con un lenguaje lúdico que recuerda a Eguren y Martín Adán, la historia habla de un Perú sórdido e indolente frente a la historia (con minúsculas) de quienes viven al margen de la repartija y los manjares fugaces del poder.

  1. El copista de Teresa Ruiz Rosas

Novela en clave que se puede leer como la concreción del deseo. La novela repasa a través de una relación infructuosa la vida de personajes mediocres o abatidos y que, sin embargo, bien podrían conversar con una época en la que en el Perú la represión política inhibía a la vida misma en su intimidad más secreta. La historia es referida en cartas que dan cuenta de los protagonistas como seres incompletos, mecanismos fallidos que no han conseguido “anclarse” en lo social y disparan desde ese lacónico margen toda su frustración y aturdimiento.

  1. El viejo saurio se retira de Miguel Gutiérrez

No pocas novelas han logrado revertir la candorosa idea de la juventud como fuente de la pureza y la virtud, pero, en El viejo saurio se retira, además, está acentuado un pesimismo por el futuro que, en el perfil de sus personajes, resulta a veces chocante. En la todavía pacífica Piura de los años 50, un grupo de estudiantes tiembla ante la idea del infierno y resisten a ella acometiendo todo tipo de desenfrenos, donde la exploración del sexo resulta única vía de escape para resistir la opresión de una educación que castra y envilece. La novela de Gutiérrez conversa con espejo nacional en una época donde se acentúan las principales urgencias del país que tendrán que ver con la búsqueda de una identidad y de espacios que habrá que conquistar para sobre él construir una personalidad.

  1. Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa

La novela que Vargas Llosa salvaría del fuego es una de las empresas más abrumadora de nuestras letras. La historia de Zavalita y su relación conflictuada con su entorno es también una alegoría de los vínculos que el Perú tiene con aquellos que buscan cierta independencia moral, una manera de enfrentar sus problemas más álgidos desde la discrepancia y la crítica. Una historia que transpira por todos lados una idiosincrasia nacional resaltante en sus vicios y en su relación con el poder (con quien lo ejerce y quienes lo codician). Esta novela que atraviesa todos los estratos sociales es un mosaico o un monstruo que refleja una época sacudida por la arbitrariedad de una dictadura que lo cubre todo, y que infecta los espacios más anodinos como una sustancia purulenta que Gonzales Prada habría firmado con gusto.

 

 

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* Enmanuel Grau (Lima 1987). Ha publicado Hijos de la guerra (Hipocampo Editores). «La pampa» forma parte de la antología El fuego de cada día: Antología del cuento peruano (Hipocampo Editores, muestra gratuita). Hijos de la guerra obtuvo el Premio Luces de El Comercio en la categoría «Mejor libro de cuentos 2020».

 

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